sábado, 25 de junio de 2011

Amor oculto

- ¡Eh, Pufi! – llamé a mi mejor amigo – ¡No hay quien te vea últimamente! ¡Acabas las clases y desapareces!
- ¡Ah, perdona, Bert! – se disculpó – ¡Tenía que haberte avisado! ¡No tengo perdón! ¡Hemos hecho un nuevo grupo de rock y me voy corriendo a los ensayos! ¡Tocamos el domingo en el auditorio, así que no faltes! Te daré una invitación ¡Toma!

- ¿Los coches? – me reí – ¿Qué nombre es ese para un grupo?


- Pues… ¡verás! – bajó la voz – ¡Es cosa mía!, ¿sabes? Mi padre tiene todos los vinilos de un grupo de los 80 que se llamaban The Cars ¡Eran buenísimos! Si los oyeras ahora, te parecería música actual. Se separaron y siguió cantando el solista, Rik Ocasek, pero sonaba igual o mejor. Yo encontré alguna copia en CD, pero me bajé toda su música con eMule ¡Ya no se encuentra!


- ¿Y no le podías haber puesto un nombre más original? – me decepcionó – ¡Estás copiando el nombre de un grupo desaparecido!


- ¡Ni hablar! – dijo seguro -; ellos eran The Cars, en inglés, nosotros somos «Los coches», en español ¡Es cuestión de seguir una cierta parte de su línea, no de imitarlos!


- ¡Bueno! – no quise dar mi opinión hasta oírlos – ¡Espero que no les copies los temas!


- ¡Te lo aseguro! – exclamó -; yo diría que no nos parecemos en casi nada, aunque algo influirán, ¡supongo! Pero no adivinas por qué le puse ese nombre.


- ¡Por poco original, Pufi! – le dije – ¡Os podíais llamar los Pufi-Pufi o algo así!


- ¿Quieres que la gente se ría de nosotros? – le molestó mi broma – ¡Escucha! La idea no es imitar su música, que me gusta, sino sus portadas pero con mi toque.


- ¿Sus portadas? – me extrañé – ¿Es que eran obras de arte?


- Hmmmmm…. ¡Más o menos! – me hizo acompañarlo un poco – La cosa es que aquellos tíos sacaban un coche en su portada y, encima de él, aparecía una chica… ¡ligerita de ropa! ¡Pues bien! Como nuestro grupo es de corte gay, pondremos en las portadas coches de ahora, fálicos, con un chico macizo encima y ligerito de ropas.


- ¡Ah, vaya! – me sorprendió -; buscaré algo de ese grupo antiguo y te daré mi opinión sincera ¡Te lo aseguro! ¡Como seáis un plagio te lo digo claramente!


- ¡Ve a oírnos!


2 – El concierto


Estaba agobiado de esperar más de una hora en una cola larguísima. No sabía si serían buenos, pero no iban a tocar solos, desde luego. Cuando menos me lo esperaba y después de media cajetilla de cigarrillos, se me acercó un chico monísimo. Lo había visto a veces en la facultad, pero no sabía su nombre. Me habló como si me conociera de siempre.


- ¡Oye, Bert! – me dijo al oído – ¡No tienes por qué esperar en la cola! ¡Esto se va a retrasar bastante porque se ha hundido una parte del escenario! ¡Vente conmigo!


- ¿Se ha hundido el escenario? – me asusté – ¿Ha pasado algo?


- ¡Nada! – dijo – ¡No ha pasado nada! ¡Ni siquiera a los instrumentos! Pero lo están poniendo todo en su sitio y reforzándolo ¡Vente con nosotros adentro y, cuando vaya a empezar el concierto, te vas a tu sitio! ¡Vas a flipar, tío!


Entré en los camerinos de «Los coches» y me quedé de piedra ¡Todos estaban maquillados y llevaban el torso desnudo! ¡No se sabía quién era quién! Estaban nerviosos porque sabían que el retraso no les favorecía y, esperar en el backstage los estaba matando.


- ¡Bert, amigo! – oí una voz cariñosa – ¡Pasa y siéntate un poco con nosotros!


- ¡Eh! – exclamé – ¡Tenéis un look muy original!


- ¿Te gusta? – me besó – ¡Pues espera a ver el escenario! ¡Lo ha diseñado Pufi!


Cuando salí a la sala y miré a los instrumentos en la penumbra, me expliqué por qué se les habría hundido medio escenario ¡En el centro había un choche deportivo!


Se apagaron las luces de la sala y se encendió el escenario ¡Hubo un griterío que no me lo esperaba! ¡Seguro que ya habían tocado en varios sitios y Pufi no me había dicho nada!


Al poco tiempo, una luz cegadora iluminó el coche, que brillaba como si fuese de cristal y, abriéndose una puerta, salió Pufi con su guitarra inalámbrica moviendo su mano por el mástil entre sus piernas como si se estuviera masturbando; y empezó a hacer ruidos muy estridentes ¡Sonaba como el motor de un coche deportivo!


El ritmo alocado empezó y las voces de la gente casi eran tan fuertes como la música. Cuando terminó el primer tema, no pude aplaudir ¡Era fantástico!


Volví hacia los camerinos entre la gente que iba a salir; en sentido contrario ¡Casi llego a los caminos sin botones en la camisa!


- ¿Qué quieres? – me preguntó un tío fuerte en la puerta – ¡No se pude pasar!


- ¡Lo sé! – sonreí – ¡Dile a Pufi que está aquí Bert, por favor!


Dejó a otro tío fuerte en la puerta y entró a avisar. Por más que le sonreía a aquel vigilante tan fuerte, me miraba con malos ojos. Afortunadamente, el otro no tardó nada en salir, se acercó a mí sonriente y me puso la mano en el hombro.


- ¡Lo siento, tío! – me dijo – ¡Ahora no se puede entrar ahí!


Me extrañó aquella reacción ¡Pufi era mi mejor amigo! Me volví resignado y pensé en darle mi opinión el lunes siguiente, pero me senté un rato a pensar antes de sacar el coche del parking.


3 – El aviso


La gente se iba dispersando y no salía nadie por la puerta trasera. Estaba a punto de levantarme y de irme cuando apareció Paco y se acercó a mí muy contento.


- ¿Todavía estás aquí, Bert? – se sentó a mi lado – ¿Estás bien?


- ¡Sí, sí! – no levanté la vista -; esperaba por si podía saludar a Pufi, pero ya me voy.


- ¡Mejor! – me tomó por la cintura – ¡Pufi estará ya en su casa! Me parece que no vas a poder saludarlo hasta que lo veas en clase.


No le dije nada, pero lo miré extrañado y sin creerme lo que me decía.


- ¡Adiós, Bert! – se levantó – ¡A Pufi se le ha subido el éxito a la cabeza! Ahora no es nuestro compañero de clase; es una estrella del rock.


¡Es mi mejor amigo!, me dije; ¿Cómo me iba a hacer a mí aquello?


Tomé el coche y me volví a casa un poco decepcionado y bastante confuso. En realidad, no era nada más que un buen compañero de clase, pero si se había convertido en una estrella, yo ya lo era: mis notas eran bastante mejores que las suyas.


El lunes lo encontré ya sentado en su sitio y chupando sensualmente la punta de un bolígrafo.


- No te pude ver el otro día – le dije -; entiendo que estabas en un momento demasiado importante como para recibir a cualquiera.


- ¡No es eso! – me dijo indiferente -; el manager es el que manda en las actuaciones. Nadie me dijo que fuiste a verme.


- ¡Bueno! – vi un lugar alejado donde sentarme -; no iba a decirte nada más que, aunque os parecéis bastante a The Cars musicalmente, el espectáculo me pareció bueno.


- ¿Nada más que bueno?


- ¡Es mi opinión! – comencé a retirarme – ¡Te dije que te iba a ser sincero!


No se acercó a mí en toda la tarde y, a la hora de salir, esperé a propósito a que él se me acercara, pero se fue. Mi mejor amigo se había convertido en un divo al que, para verlo, había que pedir antes permiso a su manager. No puedo negar que no me dolió su postura prepotente, pero me di cuenta de que en la clase, y fuera de ella, había gente que me merecía más la pena que él. Ya sabía a qué atenerme.


- ¡Bert, espera! – oí a mis espaldas – ¡Un momento!


No me pareció la voz de Pufi, así que me paré sin mirar atrás. Al instante, tuve a mi lado a Paco.


- ¿Ya te vas? – me miró preocupado – ¡Te invito a una caña! Me gustaría hablar contigo ¡Por favor!


- ¡Vale! – contesté sin mucho interés – ¡Acepto!


- ¡No me engañas, amigo! Sé lo que sientes por Pufi y…


- ¡Sentía! – dije -.


- ¡Mejor así, Bert! – me echó el brazo por el hombro – ¿Crees que no me he dado cuenta de lo que estaba pasando? ¡Seamos sinceros! ¡Toma tu vaso y vamos a sentarnos allí! Nadie nos va a molestar.


- ¡Eso espero!


- ¡Voy a decirte sinceramente lo que pienso, Bert! – dijo -; sé lo ilusionado que estabas por Pufi, pero yo ya sabía los movimientos de ese tío. Verte el otro día solo, tan tarde, esperándolo después del concierto, me aclaró muchas cosas, pero me partió el alma.


- Su manager no deja que nadie se le acerque.


- ¿Su manager? – preguntó con sarcasmo – ¡Su manager es él, chico! El grupo obedece sus órdenes. Todos esos que le acompañaron en el concierto están en su grupo porque, antes, se han dejado encular.


- ¿Qué? – me sorprendió – ¡Son todos gays!


- ¡Vamos, Bert! – me tomó las manos – ¡Abre los ojos! Cada vez estaba más distante de todos ¡Él es la estrella! ¡Los demás son simples marionetas manejadas por él mismo! En el fondo tienes suerte ¿Te has acostado con él?


- ¿Qué pregunta es esa, Paco? – me molesté – ¡Para mí esas son cosas muy íntimas!


- ¡No! – sonrió – ¡No te has acostado con él! Si lo hubieras hecho, no me habrías contestado así.


- ¿Tú qué sabes?


- ¡Más que tú! – se puso muy serio – ¡Yo sí me he acostado con él! ¡Me engañó! Me prometió esto, luego aquello… ¡me gustaba y caí!


- ¡Pues a mí, chaval – lo miré fijamente a los ojos -, ni se me ha insinuado! ¿Claro?


- ¡No tienes que jurármelo! – dijo -; si hubieras estado con él no me hablarías así ¡No sabes nada y tienes suerte de no haber caído en su trampa!


No sabía de qué me estaba hablando ¡Pufi siempre se había portado muy bien conmigo, pero era totalmente cierto que yo nunca había follado con él!


- ¿Has visto a Pufi desnudo? – me preguntó directamente -.


- ¡No! Y no quiero verlo. Él tiene ya su harén, ¿no?


- Por desgracia para los miembros de ese… harén – siguió hablando -; Pufi tiene una polla tan gruesa, que al que se folla lo parte en dos. Yo estuve dos semanas sangrando y aguantando el dolor por vergüenza a ir al médico y decirle… ¡es que un compañero me ha reventado por dentro!


- ¿Te hizo eso? – me dolió – ¿Por qué lo dejaste?


- ¡No lo dejé, Bert! – agachó la cabeza – ¡Por más que le gritaba que parase, empujaba y empujaba! ¡Me estaba matando!


- ¡Oh, Dios mío! ¡Paco! – le apreté las manos – ¡No llores, hombre! Después de todo tengo suerte de que no se haya encaprichado conmigo.


- Pufi no se enamora de nadie – le cambió la voz -; Pufi parte en dos cada culo que puede y busca otro ¡Es su arma! ¿Quieres esto? ¡Déjame follarte!


- ¿Por qué no me lo has dicho antes? – me asusté – ¡Podía haberme hecho tanto daño como a ti!


- ¡Tú mismo lo has dicho, Bert! – me acarició – ¡Es algo muy íntimo! Yo estoy enamorado de ti, en silencio, pero siempre te he visto detrás de él; como su remolquer…


- ¿Cómo? – solté sus manos – ¿Enamorado de mí?


- ¡Lo siento! – dejó allí cinco euros y se levantó – ¡Te aseguré que nadie iba a molestarte!


No podía reaccionar. Me había dejado de piedra. Desapareció tras de mí y salió del bar. Reaccioné, me levanté y corrí a buscarlo.


- ¡Paco, Paco, espera!


Hizo lo mismo que yo. Se paró y no volvió la cabeza. Cuando llegué a él, sus ojos encharcados en lágrimas me miraron en silencio.


- ¡Oh, no! – lo abracé – ¡Me tienes, Paco! ¡Déjame ayudarte! ¡Yo me he salvado de esa trampa, pero tú no has perdido a tu amigo Bert! ¡Bert te adora!


Me besó en llantos y lo abracé con cariño. Me importaba un carajo lo que dijese la gente.


4 – Enroque


- Supongo, querido amigo – le dije -, que pensarás que esto no es más que compasión, pero te equivocas. Sabes que tengo pocos amigos y, de esos, sólo tres, y ahora dos, me merecen toda mi confianza ¡Me gustas!; y sé que con un poco más de roce entre ambos, podría amarte con facilidad ¡Eres tan…!


No hablaba nada. Estaba sumergido en un shock, pero había pasado por aquella conversación tan desagradable para él, por evitar que cayese en lo que él llamaba la trampa de Pufi.


- ¡Vamos, Paco! – lo tomé por la cintura – ¡Te voy a llevar en coche a tu casa!


No quise hacer nada más aquella noche, pero la tarde siguiente abordé a uno que me pareció miembro de «Los coches».


- ¡Hola, tío! – le sonreí – ¡Muy buen concierto el del viernes! ¡Sois geniales!


- ¡Gracias! – no hubo otra expresión – ¡Me alegro de que te gustase!


- ¡Oh, sí! – dije ilusionado – ¡Sobre todo porque sé que es una formación gay, con garra, con fuerza, con empuje! ¡Ese líder te parte en dos el culo!


Me miró extrañado sin decir nada.


- ¿Insinúas algo?


- ¡Hablo de su música! – dije insinuante – ¡Personalmente… no lo he catado! ¿Tú sí?


Me miró con odio manando de sus ojos, se levantó y se fue dándome la espalda. No era nada concluyente, pero si aquellas palabras no le hubieran sonado a otra cosa, posiblemente nuestra conversación hubiera sido más larga y amistosa. Aquel chico había pasado por la prueba de fuego.


- ¡Paco, cariño! – lo abracé -; quiero que sepas que por muy colgado que estuviese yo de Pufi, me has abierto los ojos. No sé por qué a mí no me ha insinuado nunca nada, pero el poco amor que le tenía, ha desaparecido ¡Piénsatelo ahora! ¡Bert está a tu lado si aún me amas! ¡Creo que te quiero!


Aquellos ojos tristes, ojerosos, su mirada distante, su cabeza agachada, se levantaron a una, me miraron con una sonrisa leve y un hilo de voz dijo: «¡Gracias!».


- ¡No, Paco, no me hagas eso! – le tomé las manos – ¡Te quiero de verdad! Las palabras no dicen nada; los que hablan son los hechos. Si estás enamorado de mí de verdad… ¡demuéstramelo! ¡Yo quiero demostrártelo!


- ¡No me dejes! – habló sin expresión – ¡Quédate siempre a mi lado!


- ¿Lo dudas? ¡Vamos a casa!


5 – Sin trampas


Dejamos el coche en el aparcamiento y subimos a mi piso. Paco no hablaba; se limitaba a mirarme con una sonrisa leve ¡Acaso el miedo a pasar otra vez por el sexo!


- ¡Pasa, mi vida! – lo tomé por la cintura – ¡Estás en tu casa! ¡Ven, nos sentaremos un rato aquí y te traeré una cerveza!


Levantó su mirada y asintió. Cuando me senté a su lado, le tomé la mano sólo por darle confianza, pero se echó en mis brazos llorando como un loco. Me había enamorado de Paco; lo tenía muy claro. Me arrancaba las entrañas el verlo llorar. Ni siquiera se me pasó por la cabeza abrirle los botones de su camisa y acariciar su pecho dolido y traicionado; pero lo hizo él.


Comenzó a desbrocharme la camisa con una mano sin dejar de llorar y metió su mano, me acarició, me apretó con fuerzas, me besó sin control. Paró y se desabrochó la camisa. Vi su pecho moreno y sin vello, pero no podía tocarlo. Tomó mi mano y la puso en su vientre. Lo acaricié con todo mi amor. No quería verlo sufrir.


Miró a un lado y a otro, se levantó y me tomó de la mano.


- ¡Por favor, ámame! – dijo – ¿Dónde está tu cama? ¿Dónde duermes? ¡Enséñame tu cuerpo, te lo ruego!


No; no iba a empeorar su llanto porque yo lo tocase. Necesitaba amarme tanto como yo a él. Lo llevé al dormitorio y se quitó los pantalones. Dejó de llorar y me sonrió. Me desnudé y no dejó de mirarme ni un solo instante hasta verme totalmente desnudo. Se acercó a mí y me acarició el miembro suavemente mientras volvía a besarme más calmado.


Tiró de mí hasta la cama y nos fundimos en un abrazo largo; sin prisas. Luego, en un impulso que ya no podía reprimir, recorrí su pecho con mi lengua lentamente hasta llegar a sus piernas. Tenía ante mí su polla dura y húmeda ¡No era un polvo más! Sabía que me necesitaba y lo fui acariciando con delicadeza hasta meterme su capullo rojo, brillante y cálido en mi boca. Me estuvo acariciando la cabeza normalmente; como me lo hubiera hecho sin haber pasado trauma ninguno y acabé echándome a su lado de espaldas a él y tirando de su brazo para que se acercase a mi cuerpo y me penetrase.


Puso su boca en mi cuello y sólo dijo algunas palabras.


- ¡Esto, amor mío, no demuestra cuánto te amo!; sólo que te necesito.


Volví mi rostro para besarlo y quise darle seguridad.


- ¡Sí lo demuestra, Paco! Y yo te necesito a ti tanto como tú a mí ¡Ámame!


Estaba pegado a mí y sólo tuve que guiar su miembro hasta mi agujero. Con una delicadeza que jamás hubiese imaginado, me fue penetrando despacio.


- Sí, sí demuestra que te amo, Bert ¡Más que a mí mismo! ¡Y las palabras también! ¡Yo envié a Rico a la cola del concierto para que no esperases allí tanto tiempo! Yo corrí el riesgo de perder mi propia vida debajo del escenario para que el coche, con Pufi dentro, se hundiese a los infiernos ¡No hubo suerte! Yo era aquel músico que te besó ilusionado, pero no esperaba que cuando saliese del camerino, tan tarde, te iba a encontrar allí solo; esperando a alguien que ni se acercó a saludarte. Yo caí en la trampa y por eso estoy en «Los coches», pero el maquillaje hace milagros.


Volví a mirarlo asustado mientras me penetraba.


- ¡Goza, goza, amor mío! ¡Olvida ahora todo eso!


- Dejaré el grupo – me mordía el cuello -; se hundirá con su coche. Los temas se los compongo yo.


Comenzó a temblar de placer y empujé mi culo contra su cuerpo en un delicioso vaivén hasta que se derramó dentro de mí.


Me volví a besarlo sin poder aguantar el llanto y me tomó la cara por las mejillas.


- ¡No! ¡Ahora no quiero que llores tú! ¡Tienes coche y yo tengo casa lejos! ¿Dejarías la facultad?


- ¿Cuándo? ¡Pídemelo ya!


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