lunes, 20 de junio de 2011

Mi primo Nacho y su problema de precocidad

Con mis dieciocho años recién cumplidos tuve una experiencia sexual, a la que más tarde siguieron otras, con mi primo Nacho. Mi primo era unos pocos meses mayor que yo, de buen ver y bastante inteligente, pero muy tímido, con pocos amigos y muy de estar en casa. A mí, unas veces por fastidiarle y otras por curiosidad, me gustaba inquirir sobre lo que él más rehuía como, por ejemplo, sus aficiones, lo que pensaba, lo que creía, lo que hacía y, de manera especial ya des de mi pubertad, todo lo que se refería al sexo y en este aspecto no era extraño que le preguntara con cierta reiteración, más por fastidiarle que por interés, si le gustaban más los chicos que las chicas o si se había enamorado alguna vez de algún compañero o compañera e, incluso, con mayor atrevimiento, si se masturbaba o guardaba castidad o si aún era virgen y, para mayor fastidio suyo, cuánto media su polla o si me la enseñaría algún día. Parecía el mundo al revés: yo no podría presumir de recatada, como se supone que han de ser las chicas, ni él de atrevido como se cree que han de ser los machos. Así que, aunque nos habían educado de manera parecida, en mi caso resulté una chica muy abierta y liberal, mientras que él resultó tímido y acomplejado.


Pese a todo lo anterior, yo se que él me tenía mucho afecto, como yo a él, pero encerrado en sí mismo le resultaba muy difícil abrirse y manifestarlo. Como ya he dicho antes, si le chinchaba era porque me divertía hacerle enfadar y por curiosidad, aunque a medida que nos hicimos mayores también, cada vez más, por mi interés de ayudarle a tratar con naturalidad los asuntos que el rehuía por timidez o por su excesivo ensimismamiento.


Los contactos con mi primo los facilitaba la ubicación de nuestros apartamentos familiares situados en la misma planta y comunicados, por unas terrazas interiores contiguas, por deseo expreso de nuestras madres que eran hermanas inseparables como demuestra este mismo hecho. Por el uso que hacíamos las dos familias de nuestros apartamentos, se podría decir que era uno solo ya que, unos y otros, transitábamos con plena libertad por ambos, cosa que nos permitía un gran contacto entre las dos familias y, particularmente, el mío con mi primo.


Como una de tantas veces, para entremeterme con él, entré en su habitación aprovechando que no se había encerrado, como solía hacer cuando tenía interés de que nadie le molestara o se enterara de lo que estaba haciendo. Cuando yo entré no sé lo que estaría haciendo pero cierto es que aún pude ver que se levantó de su cama con un brinco y como pillado de improviso. Estaba en slip, como única prenda, marcándosele su pene erecto como el palo mayor de un velero.


– ¡Sal de aquí inmediatamente, intrusa!


Me reí, no pude evitarlo


– ¡Sal, ya…!


Su enfado era enorme.


– No seas así, Nacho. No he visto nada, solamente que tienes la verga muy encabritada y… – No me dejó terminar.


– ¡Sal inmediatamente, fisgona! – me dijo empujándome hacia la puerta.


Le respondí con despecho simulado y mucha guasa:


– Pues si yo ya he visto otras mejores que la tuya, al descubierto y descapulladas, ¡chico!; además, no pasaría nada que me enseñaras la tuya y pudiera ver que tal calzas.


Yo me reí de mi propia guasa, sin embargo él se abalanzó sobre mí tratando de sacarme de la habitación a empujones; yo, que me resistía y le apartaba a manotazos sin más intención que defenderme, en uno de tantos forcejeos, me prendí de su slip que se le quedó casi hasta las rodillas y, aunque se lo subió rápidamente, pude ver aquella verga erecta con el capullo a media salida. Me quede admirada de su tamaño y con ganas de poderla ver con más detalle. Pero mi primo siguió a la suya de querer echarme de su habitación mientras que yo seguía resistiéndome, entre risas y manotazos ardidamente dirigidos – ahora sí con mucha intención – hacía donde más le pudieran fastidiar y donde yo más lo deseaba en aquel momento. Así que, él con sus empujones y yo con mis manotazos, pude toquetearle sus pezones erguidos, sus brazos musculosos, su ombligo y las tabletas rígidas de su vientre, sus muslos fornidos y pantorrillas recias, sus nalgas prietas; pasee, cuantas veces pude, mis manos por sus ingles con intención de sobarle la polla y, todo ello, gozando de la tersura de su piel y el hormigueo en mis carnes de su vello esparcido por casi todo su cuerpo


Yo, en aquellos momentos, no podía saber que sentiría él con sus roces en mis tetas, como por todo mi torso semidesnudo, sin sujetador y con unos senos que, ahora uno ahora el otro y cuando no los dos se salían de la pechera en el fragor de la pelea; también sus manos pasaban raudas por mis nalgas y mi entrepierna con mi falda subida, en algunos momentos, a ras de las ingles.


La pelea duró bastantes minutos a pesar que él iba muy en serio empecinado en sacarme de allí sin atender razones. Hubo un momento que, teniéndome de espaldas y cogida de la cintura, me levantó por los aires para sacarme de allí, pero ocurrió que, mientras yo me resistía y pataleaba, quedó aprisionado mi brazo derecho entre su cuerpo y el mío con mi mano a la altura de su verga todavía erecta y apuntalada a mi culo, con lo cual pude sobarla brevemente al quedarse sorprendentemente quieto hasta que, de pronto, empezó a jadear entre gemidos y contracciones espasmódicas: en mi mano mojada sentí el calor de su semen.


Totalmente sorprendida, cuando empezó a aflojarse abrazado a mi cuello, lo senté en la cama. Allí empezó a llorar y a lamentarse por lo sucedido, pero yo pensé que también por dejarme al descubierto su problema , visto lo sucedido, de eyaculación precoz. Me senté a su lado, pasé un brazo mío por sus hombros y le puse una mano en el cuello, con la otra mano le acaricie las mejillas. No me podía creer que estuviera tan dócil. Un poco después me levanté y saqué dos pañuelos de su mesita de noche.


– Toma –Le di un pañuelo – límpiate los ojos con éste – Le di el otro – no sin limpiarme yo antes la mano humedecida de su semen – Y con este otro te limpias la polla.


Me miró, sonrió y me preguntó::


– ¿Y ahora qué…? Me lo preguntó como si fuera yo su asesora sexual.


– ¿Cómo que ahora qué…? Le reproché y le añadí: – Ha sido un accidente.


Aunque yo trataba de manifestarme con naturalidad para restarle importancia al suceso, no podía negarme a mi misma que mis pezones seguían erguidos y mis genitales humedecidos por mi flujo vaginal. Puesta en tal tesitura, cuando se dirigía al baño para limpiarse y cambiarse el slip, le detuve totalmente resuelta a hacer lo que mi cuerpo me pedía.


– ¿No irás a esconderte ahora, chico? Ven aquí que eso te lo limpio yo– Con un empujón lo dejé sentado en la cama y, con algunos rodeos, empecé mi más inesperado acoso sexual:


– ¿Te ha pasado eso alguna otra vez? Si es lo que yo pienso a eso lo llaman eyaculación precoz, aunque también podría ser una represa de semen por reprimirte demasiado que es lo que realmente sospecho.


De un manotazo le quite un pañuelo:


– ¡Trae! – Disimulando malamente mi excitación, me puse arrodillada entre sus piernas. Su cara se fue enrojeciendo y su pene irguiendo a toda vela. Al bajarle lentamente el slip su verga saltó como un resorte. Él me dejaba hacer como nunca yo lo hubiera esperado, ni él consentido. Le quite el slip, lo olí e hice el gesto de lamer el semen impregnado.


– ¡No seas guarra! – Su sonrisa, delató que le divirtió mi sucio gesto, lo cual me dio confianza para seguir mi acoso:


– ¿Guarra, yo? ¡Chico, si esto es pura leche! – Diciendo esto lamí la impregnación del semen del slip y añadí: –Esto es pura leche de un tío macho.


Él me miraba y me dejaba hacer, nuevamente la sorprendida era yo puesto que no podía ignorar que en su interior, como en el mío, había una lucha entre el deseo y la represión moral con el convencimiento de que ganaría el deseo. Y así fue: cuando iba a limpiarle la verga con el pañuelo desistí resuelta a lograr lo que mi cuerpo me pedía:


– Esto se limpia mejor a lamidos y chupadas. – Dudé un momento como esperando su consentimiento y, al mismo tiempo, como no las tenía todas conmigo, salvaguardándome de una más que posible reacción brusca suya.


Superada la espera y el camino despejado, cogí su verga y la zumbé, saqué el capullo y lo lamí, volví a zumbar la verga otro poquito más y otra vez a lamerle el capullo hasta que me metí la verga entera en mi boca y la lamí, la chupé, la mamé, restregué mis labios por el tronco del pene y por sus testículos, manoseé sus nalgas , pasé mis manos por la raja y traté de besarle el ojete sin conseguirlo; cuando yo iba a incorporarme para que me la metiera en mi concha se corrió en el regazo de mis tetas. También a mí, altamente excitada y sintiendo su orgasmo, me llegó el mío y nos quedamos los dos abrazados con jadeos y gemidos tirados sobre la cama hasta que, una vez relajados, Nacho se levantó poniéndose el slip sucio para dirigirse al baño lavarse y vestirse, me sonrió como quien cree que ha faltado a su moral o como si él hubiera sido una presa fácil para mí seducción, quiso justificarse ante mí y, probablemente, ante sí mismo:


–Creo que hemos llegado demasiado lejos, prima.


Era evidente que con esas palabras daba por zanjada aquella situación, cosa a la que yo no estaba dispuesta tras haber llegado hasta donde lo habíamos hecho. Yo permanecía sentada en la cama con mi blusa medio desabrochada mostrando mis pechos todavía tesos y con mi falda remangada que dejaba ver mis muslos y mis bragas marcadas aún por la humedad de mi flujo vaginal. Estaba, pues, totalmente lanzada a mantener el encuentro con ardientes deseos de completarlo y gozar de la penetración de su verga en mi cuerpo y sentir los vaivenes de su mete y saca probablemente virgen todavía… Además, la tarde era oportuna: los dos habíamos librado las clases, estábamos solos y no estaba previsto que llegara nadie de la familia antes de la hora de la cena. Necesitaba encontrar una forma de retenerle y por sus últimas palabras, que sonaban a despedida, sospechaba que iba a ser difícil si lo buscaba de manera directa otra vez y más encontrándose ya desahogado tras su segundo orgasmo casi consecutivo que probablemente es el que le dejó más satisfecho por haber conseguido retardar un poco más la eyaculación. Precisamente, tomando ese hecho como prueba de que su caso era más bien de represión, retomé aquella pregunta suya (“¿Y ahora qué…?”) que me dirigió tras su primer orgasmo inesperado, como si yo fuera su asesora sexual. Con mucho atrevimiento, fingiendo el rol de sabelotodo en materia sexual, le dije:


– Nacho, eres un muchacho demasiado reprimido.


Él me contestó, con un sentido del humor extraño a su carácter retraído.


– ¡Pues… menos mal!– me respondió


– Lo digo porque esta vez, como te habrás dado cuenta, has tardado mucho en correrte, como debe ser, a pesar de mis prolongados e intencionados tocamientos – y añadí – y eso significa que lo tuyo no es un caso de eyaculación precoz sino de una represa excesiva en tus testículos. ¿Cuántas veces te masturbas al día? – le pregunté como si de su respuesta dependiera mi diagnóstico.


– Lo mío va, más bien, por meses. – No sé si me era sincero o era guasa o era cansancio, pero para mis propósitos eso era lo de menos.


– ¿Lo ves, Nacho, por qué eyaculas precozmente? – Y yo misma le respondí inmediatamente: – Porque dejas los depósitos – le hice un guiño – a rebosar.


– Querrás decir los huevos – me respondió riéndose.


Yo estaba cada vez más admirada del contraste entre su retraimiento habitual y su desinhibición en las respuestas con un humor inusitado en él. Su desinhibición me dio confianza para proseguir con mi patraña indagatoria:


– Supongo que mojaras algunas veces la cama… –y agregué – no precisamente por mearte.


– A lo que tú te refieres, va por días o semanas cuanto menos. Las meadas serán cosa tuya, guapa.


Me pareció que estas respuestas ya no tenían su anterior tono de humor inglés; no obstante, proseguí el juego de mis indagaciones a pesar que noté que empezaba a sentirse fastidiado y con ganas de hacerme desaparecer puesto que para él se había acabado el juego.


– ¿No te vas aún? – me preguntó sin ni siquiera mirarme y empezando a ser el de siempre


– No – le respondí con sequedad, pero inmediatamente traté de aguantar su revenido mal talante ya que por esos derroteros podía dar la fiesta por terminada. Así que me puse de pie y le dije que, para ayudarle a resolver su problema de precocidad eyaculatoria aún me faltaba hacer una última prueba.


– ¿Cuál… la del sesenta y nueve? – Me respondió con sequedad como mostrando su desinterés.


– Esa sería la previa a la otra de mayor calado – le respondí siguiéndole la guasa, pero yo no podía ya volverme atrás y ardía en deseos de sentir su verga en mi vagina ansiosa. Con mucho atrevimiento, puesto que no podía prever su reacción, me acerqué, le cogí de la cintura con una mano y de su culo con la otra, entronqué mi pelvis con la suya, me apretuje con las dos manos en sus nalgas, restregué mi pubis a sus genitales moviendo mis caderas, junté mi boca a la suya, mis labios rozaron los suyos, mi lengua los humedeció y abrió su boca penetrándola con suavidad, entrelazamos nuestras lenguas y nos las chupábamos ardorosamente: ya entonces, con sus manos frotándome el torso por debajo de la blusa, acariciándome mis tetas, pellizcándome los pezones y puesto a mordisquearlos, nos dejamos llevar.…


Con ansiedad me desnudé quedándome solo en bragas, metí mis manos en su slip, sobe su polla, la saqué de su pollera, la zumbé hasta que él me detuvo y, puesto en cuclillas, me bajó las bragas, me lamió la vulva, penetró la lengua y empezó a mordisquearla, chuparla y lamerla, la cual cada vez más dilatada y lubricada le facilitaba el acceso al clítoris erecto y al interior de la vagina que él, en percibir el inmenso placer que me provocaba el contacto en esas zonas, no paró de puntear con su lengua hasta que mis espasmos y gemidos le delataron mi segundo orgasmo. Quedé abrazada a su cuello para no desplomarme; Nacho me llevó a su cama, me dejo tendida y se recostó a mi lado cuando yo todavía resoplaba extenuada.


Cuando me recuperé, como si todo hubiera sido un juego, quise continuarlo y le dije con aparente seriedad:


–Ves, Nacho, ahora no te has corrido. Cuanto menos te reprimas más tardarás en correrte. Créeme, lo tuyo no es eyaculación precoz sino, represa testicular– Me reí, no pude evitarlo viéndome en aquel rol ficticio de asesora de mi primo, pero quise continuar para preparar mi definitivo asalto: – Tu precocidad…– No me dejó terminar.


– ¡Déjate de leches, prima! – por su tono seco me pareció que le revenía, de nuevo, su talante arisco y, temiéndome otra vez que sus palabras significaban el fin de la fiesta, sin haberme percatado que se estaba quitando ya el slip, le espeté enfadada:


– ¿Serás capaz de despreciar mi coño, cabrón?


Pero él, haciendo oídos sordos, se incorporó de rodillas, se puso entre mis piernas, las elevó sobre sus hombros y, sin parar de besarme efusivamente, fue penetrándome su verga lentamente con suma delicadeza hasta metérmela toda y, con su delicioso vaivén, me cabalgó cual jinete a su jaca hacia el edén de los sueños posibles.


Nada sabía yo de las experiencias sexuales que hubiera podido tener con anterioridad, incluso hasta ese momento dudaba que hubiera tenido otras por mi convencimiento de que aún estaba virgen y sin embargo, valiéndome del símil anterior, me pareció todo un experto jinete en el arte de la doma calmando mi ansiedad inicial y sometiéndome a su dominio con un mete y saca de ritmos cambiantes, con la profundidad o superficialidad de las penetraciones, con el roce de la verga en los labios de la vulva o en las paredes vaginales, con la provocación de la succión vaginal que me producía cuando la sacaba y la dilatación cuando la metía, con su capullo hurgándome la concha en busca de mi punto G. ¡Vaya que sí, toda una delicia fue sentirme en unas manos, al parecer, instintivamente expertas!


Nacho me resultaba, como yo quería y como nunca lo hubiera imaginado, un volcán inextinguible y una fuente permanente de placer, satisfaciéndome y satisfaciéndose de tal manera que, para dejarlo bien expresado, yo lo definiría gráficamente como un diagrama con un perfil muy elevado y unos dientes de sierra hacia arriba marcando cada uno de los múltiples orgasmos que me provocó. Me resulta tan inenarrable todo lo que me hizo sentir aquel día que quiero suscribirlo con palabras gruesas y brocha gorda en consonancia con la procacidad de aquel momento: me folló el coño por delante y por detrás; me lo metió como clavo ardiendo de pie y acostados; sentada sobre su verga o acostada de espaldas encima de él se la campanilleé arriba y abajo, adelante y atrás; me jodió sosteniéndome en el aire con la cabeza hacia arriba o hacia abajo con mis piernas ancladas a su cintura; de cuatro patas como perra puta me la metió por el culo donde por fin, por el placer que me producía, creyó encontrar mi punto G y se prodigo con su placentero mete y saca. Con mi último orgasmo, sacó la verga y siguió masturbándose: con mis manos, como escudilla, recogí y caté su semen.


Aunque esta vez tardó a venirse como bien se ve, a pesar que prolongamos cuanto pudimos nuestro coito, he querido mantener el título del relato puesto que el episodio de su inexplicable eyaculación precoz es el que provocó este relato de mi primera experiencia sexual con mi primo Nacho y a la que siguieron otras que pueden darme pie a nuevos relatos si éste es aceptado por los presuntos lectores.


 

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