miércoles, 29 de junio de 2011

Objetivo: mi suegra (3)

Objetivo: mi suegra (3) (Sexo con maduras)

Mi suegra siguió demostrando que su pasión era el sexo. El dí­a de su cumpleaños invitamos a un hombre que acabó uniéndose a la orgí­a.

OBJETIVO: MI SUEGRA III

Esta es la tercera parte de una historia que relata las
pasiones de Rocí­o, mi querida suegra.
Quien haya leí­do las dos anteriores sabrá
de qué va la historia, si no haré un breve resumen.
Mi suegros vinieron a vivir
junto a mí­ y mi hijo; Rocí­o empezó a atraerme sexualmente y después de varios
avatares, Gregorio, su propio marido me la cedió para follar con ella.
La
culminación de la historia fue que al final Rocí­o, Gregorio y yo formamos un
trí­o.

El relato continúa así­: Se acercaba el dí­a del cumpleaños de
mi suegra (no diré su edad porque la edad de una mujer hermosa y complaciente no
se dice) y andaba yo pensando en qué regalo poder hacerle.
Resulta que por
aquellos dí­as llegó un chico de nacionalidad mejicana a trabajar en el área de
ingenierí­a técnica de la misma empresa madrileña en la que yo trabajaba.
Me hice
muy amigo de él y le confesé mi admiración por las pelí­culas de Mario Moreno
Cantinflas.
Entonces me regaló una colección de cintas de video del mejor cómico
de habla hispana que haya existido; el caso es que no supe como agradecérselo,
pero se me ocurrió la idea de invitarlo a cenar en casa el mismo dí­a del
cumpleaños de mi suegra.
Pedro, que así­ se llamaba mi amigo, se sintió muy
agradecido pues aún no conocí­a a mucha gente en la ciudad y el comer en familia
le iba a ser muy grato.
Así­ que llegó el dí­a y Pedro llegó a mi casa, le
presenté a mis suegros y a mi hijo y todos se cayeron muy bien.
Decir que Pedro era el tipo de hombres de los que quedan
pocos en caballerosidad y en atenciones y recuerdo concretamente que al saludar
a Rocí­o besó su mano como hace quien tiene esta buena costumbre.
Sólo mirar la
cara de Rocí­o me di cuenta que aquello le habí­a producido un escalofrí­o de
placer que le recorrió de la mano a todo lo largo de la espina dorsal.
Nos
sentamos a cenar y charlamos gratamente; Pedro contó cosas y anécdotas de su
paí­s y aunque todos le prestábamos atención, Rocí­o parecí­a ser la más
interesada, supongo que también contribuirí­a a ello el peculiar acento
extranjero de Pedro y su voz suave y algo grave, además de su hablar pausado e
inteligente, sus historias tan fascinantes y su forma de mirar a los ojos, sobre
todo a los de la única mujer que habí­a en casa.
Mi hijo se quedó dormido justo
después de acabar la cena y Pedro creyó que era el momento de marcharse ya de la
reunión.
Le pedí­ que no se marchase todaví­a y más insistentemente se lo pidió
Rocí­o.
Quizá quien no estaba tan entusiasmado con la idea de que
Pedro se quedase era mi suegro, pues, no sé yo porqué, se estaba oliendo que
algo extraño podí­a suceder.
Estábamos entonces Rocí­o, Gregorio, Pedro y yo
sentados a la mesa y sacamos una enorme tarta de merengue, vainilla y chocolate
con velas encendidas; le cantamos la canción del Cumpleaños Feliz a mi suegra y
cada uno le dimos dos besos en las mejillas.
Rocí­o estaba entusiasmada, porque
además ya habí­a bebido algo de champagne.
Ella misma cortó las porciones de
tarta; al inclinarse a hacerlo dejó ver su sujetador a través del escote y a
ninguno nos pasó desapercibido el hecho.
La cara que poní­a Pedro al adivinar los
enormes pechos de aquella mujer lo decí­a todo.
Yo podí­a imaginar que mi pobre
amigo de Méjico no habí­a tenido contacto con ninguna mujer desde que aterrizó en
Madrid.
La fiesta de cumpleaños seguí­a y recordé que no habí­a comprado ningún
regalo para Rocí­o.
Me lamenté del descuido, pero una idea fugaz me pasó por la
cabeza y decidí­ intentar ponerla en práctica.
Gregorio le regaló una bonita
pulsera y su mujer en agradecimiento le dio un beso en los labios que a Pedro y
a mí­ nos dejo mudos contemplarlo.
Aquella hembra por poco se come a su marido de
un solo beso.
Eso sólo podí­a indicar una cosa: el tremendo estado de excitación
en el que se hallaba mi suegra.

- ¿Qué opinas de mi mujer? –dijo Gregorio a nuestro invitado.

Pedro no sabí­a como interpretar aquella pregunta y yo le
tranquilicé explicándole que sencillamente Gregorio se sentirí­a orgulloso de que
le contestará que aquella mujer le parecí­a hermosa y guapa.
Por fin, Pedro dijo
que sí­, que Rocí­o le resultaba muy atractiva.
Entonces a Gregorio le brillaron
los ojos con aquella respuesta y me miró a mi con una mirada que yo conocí­a de
sobra.
¿En qué estarí­a pensando mi suegro?

Sí­ â€“dije yo-, esta mujer es hermosa, bella, atractiva y
complaciente.
Y mientras decí­a esto me acerqué a mi suegra que permanecí­a
sentada en una silla, la acaricié y la besé, de un modo que le extrañó a Pedro
porque ella era mi suegra y encima mi suegro estaba presente.
En pocas palabras,
le metí­ mano a mi suegra delante de Pedro y Gregorio.
Rocí­o no me decepcionó y
se dejó hacer.
Luego dije que no le habí­a dado ningún regalo de cumpleaños y me
saqué la polla diciendo que era un anticipo del gran regalo que le í­bamos a
hacer.
Al sacar mi polla tiesa, a la altura de la boca de mi suegra,
todos se quedaron sorprendidos por mi atrevimiento, pero ninguno se movió de su
sitio, porque todos esperaban con anhelo que sucediera algo así­.
Mi suegra supó
qué era lo que tení­a que hacer y comenzó a tragarse mi pene en una mamada tan
delicada como las que ella sabí­a hacer.
Yo le hablaba a Pedro: ¿te gusta lo que
me hace mi suegra en presencia de su marido?, Pedro seguí­a mudo y no dejaba de
contemplar la escena y mirarse mutuamente a los ojos con Rocí­o.
Gregorio entre
tanto empezó a masturbarse lentamente para disfrutar de la escena con
tranquilidad.
Mi suegro, con su polla tiesa en la mano se echó a un lado, se
sentó en un sofá aparte y nos dejó para su disfrute a mi suegra, mi amigo y a mí­
en un primer plano.
Rocí­o no dejaba de lamerme el pijo y de acariciarme los
huevos, mientras yo le sobaba por encima de la blusa sus tetas.
Pedro seguí­a
inmóvil, como petrificado, y yo me sentí­ algo decepcionado con él porque le
estaba poniendo en bandeja a mi suegra y no la tomaba.
Pensé por un momento que
a lo mejor era de los que hubiera preferido ir a chuparle la polla a mi suegro.

Sin embargo me equivoqué.
En unos instantes Pedro nos darí­a una lección de cómo
habí­a que comportarse sexualmente con una mujer.

– ¿No te apetece que te la chupe mi suegra? –le pregunté
a Pedro.

í‰l no dijo nada, sólo se limitó a quitarse la ropa quedándose
completamente desnudo.
Su descomunal polla tiesa nos dejó petrificados.
Tení­a un
pene como el de mi suegro y el mí­o juntos.
Por eso mi suegra sacó mi polla de su
boca y me hizo retirarme, a la espera de que Pedro y sólo Pedro le metiese aquel
formidable aparato hasta la garganta.
Fue una lástima no grabar con una
videocámara la escena que se iba a producir a continuación.
Anticiparé en todo
caso que por todo aquello cuando acabó la velada, Gregorio, yo y sobre todo
Rocí­o le estábamos profundamente agradecidos a Pedro.
Esto fue lo que sucedió:

Mi amigo me pidió que fuese a sentarme en otro sofá y que me
hiciese una paja mientras veí­a cómo él satisfací­a a Rocí­o y así­ lo hice.
í‰l se
fue aproximando a ella despacio.
Sobre la mesa aún quedaba un buen pedazo de
tarta de la fiesta (más de la mitad de las porciones) y Pedro cogió un buen
pegote de merengue para restregárselo en el glande; dijo a Rocí­o: ¡tomad, para
que vos se alimente! Aquellas palabras y aquel acento encendieron la chispa en
Rocí­o, que de un golpe engulló casi por entero los 25 centí­metros de carne cruda
que poseí­a Pedro.
Tan frenéticamente los tragó que yo creí­a que la muy zorra iba
a dejar sin polla a mi amigo.
Gregorio y yo mirábamos con cierta envidia cómo
aquel hombre se retorcí­a de gusto por la superfelación que le estaban regalando.
En aquel momento habrí­a hablado con Rocí­o echándole en cara
que a mi nunca me habí­a comido la polla con tanto afán.
Pero reflexioné y
comprendí­ que Pedro era un magní­fico semental y ella se habí­a dado cuenta desde
el primer momento, además de que a mí­ nunca se me hubiera ocurrido untar mi
glande con merengue (aquí­ en España a veces no somos tan ocurrentes).
No
obstante aquella escena resultaba morbosa y excitante, y mi suegro y yo
disfrutamos como nunca haciéndonos una paja.
Pedro no tardó en eyacular; cosa
normal por otro lado porque mi suegra le hizo un trabajo con la boca que ni él
pudo contenerse en soltar un enorme torrente de leche, el cual se mezcló en
parte con el merengue que mi suegra tení­a en la boca y se tragó, y otra parte de
su semen salió disparada al mismí­simo techo, en un alarde de fuerza de Pedro.
Parecí­an fuegos artificiales y a Gregorio y a mi sólo nos
faltó aplaudir, cosa que no hicimos porque seguí­amos ensimismados haciéndonos
una paja.
Pero si espectacular fue aquello más espectacular fue ver como Pedro,
con su polla flácida, dejando a mi suegra desnuda sobre la alfombra del comedor,
fue a beber otro trago de champagne y al darse la vuelta, pues nos estaba dando
la espalda, mostró su enorme polla otra vez erecta sin que hubiese pasado ni un
minuto desde su eyaculación.
Regresó a por mi suegra y poniéndola a cuatro patas
se la folló desde atrás.
Jamás habí­a visto a mi suegra poner aquella cara de
placer mientras le trabajaban el coño, ni la habí­a oí­do dar esos gritos.

Llegaron a su orgasmo y se besaron agradeciéndose el placer mutuo que se
proporcionaron.
Gregorio y yo no sabí­amos que hacer pero mi amigo Pedro, en otro
gesto de caballerosidad y generosidad nos dijo que nos aproximáramos a ellos.

Pedro cogió lo que quedaba de tarta y untó todo el cuerpo de Rocí­o, con el
merengue en la boca, la vainilla en las tetas y el chocolate en el coño.
Mi
genial amigo dijo después: ¡ahora hay que comerse a esta puta enterita! Cada uno
eligió el sabor que más le gustaba; para Gregorio la boca de merengue, para
Pedro las tetas de vainilla y para mí­ el coño de chocolate.
Es indescriptible lo que gozó Rocí­o con aquello.
Corridas,
orgasmos, semen.
.
.
La noche sexual fue enteramente morbosa.
Le hicimos tantos
sándwich a Rocí­o como combinaciones entre nosotros los hombres habí­a: Pedro por
el coño y yo por el culo, o los dos cambiando de agujero, luego Gregorio se la
metí­a a su mujer en la boca o alguno de los dos le cedí­amos el privilegio de
nuestro lugar.
.
.
Aquella noche no la olvidaré, ni Rocí­o por ser el mejor regalo
de cumpleaños que nunca le hicieron.
Ni que decir tiene que mi hijo se despertó
y tuvimos que explicarle el viejo cuento de las inyecciones que le poní­amos a la
abuela, pues gritaba mucho la pobre.
Creo que el niño jamás creyó aquella excusa
(pronto contaré porqué).

Un tiempo después destinaron a Pedro a una sucursal
londinense de la empresa y lo dejamos de ver.
Pero los tres le agradecimos que
aquella noche y otras que se repitieron nos hiciese tan felices siendo el
maestro de ceremonia.
Mi suegra decí­a entre bromas y veras que le gustarí­a ir a
Méjico de vacaciones pues allí­ se tendrí­a que follar de maravilla.
¿Qué opináis
vosotros amigos lectores? ¿En qué papel os gustarí­a veros, en el de Pedro, en el
de Gregorio, en el mí­o? ¿Y en el de mi suegra?

Doy por concluida la serie "objetivo: mi suegra", espero que
os haya gustado, no obstante continuaré contando más de mi suegra porque ahí­ no
se acaba todo.
Creo que lo que continúa es más morboso aún.

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