viernes, 24 de junio de 2011

Cena afrodisíaca con una amiga

Últimamente estoy leyendo muchísimos libros. Debe ser el aburrimiento que me produce la caja tonta y lo que me gusta salir de aquí, de estas cuatro paredes, perderme por entre los árboles, mayoritarios pobladores de este lugar, y sentarme a sus pies para transportarme a otros mundos.

Llevo un mes por aquí y todavía no he hecho nada para quedar con nadie. Y eso que mis compañeros y compañeras son muy agradables. Incluso la doctora que tuvo aquel accidente y por el cual me fastidiaron mi día libre. Pero, no se, todavía no me siento del todo preparada.


Todos necesitamos ese momento único y privado en el que adentrarnos en nuestros adentros y tratar de estudiarnos como si fuésemos lecciones de vida. Aunque, a veces me da la sensación de que pasar tanto tiempo sola, pensando en mi y en mis problemas, hace que me vuelva loca y que acabe por engrandecer todo lo que me ocurre. Encima, si leo libros en los que me hacen cuestionarme cosas que nunca me había preguntado, la cosa se va complicando.


Tengo la sensación de que soy demasiado simple para todo esto y que mi mayor defecto es darle tantas vueltas a todo. Si, cuando Alba estaba cerca, mis problemas no eran más que estupideces, no entiendo por qué ahora todo es tan tremendista. Si es que la culpa es mía, por pensar… tengo de dejar de autoflagelarme y abrir los ojos de una vez. Nadie va a venir a rescatarme, eso seguro.


En la última semana he decidido no abrir mi correo electrónico ni leer los mensajes de texto que algunas personas se niegan a dejar de enviarme. No los borro, simplemente, no los leo. Me hacen daño. Siempre son las mismas. Y es terrible. Son como las moscas cojoneras que te acosan durante el verano. Putos perros del hortelano, ni comen, ni dejan comer.


Pero todos tenemos que ponernos duros en algún momento y yo necesito otras cosas. Y se que no puedo necesitarlas a ellas. Ni quiero necesitar a nadie. Quiero liberarme de las ataduras y centrarme en mi vida porque…


“Hola.”


“Hola Alex, soy Nuria, del hospital. Oye, que a una de las compañeras le ha surgido algo y no puede venir hoy, y, como es tu día libre…”


“Ya, es mi día libre. Es que ya me llamasteis el otro día libre, así que, aun no he podido…”


“Por favor, Alex, venga… haré todo lo posible para que te den cuatro días seguidos.”


“¿No me queda otro remedio?”


“Creo que no…”


“Bueno, pues, en menos de una hora estoy ahí”


En fin, me encanta ponerme dura con cosas estúpidas. Realmente, no tenía nada mejor que hacer. Al menos, mientras estoy en el hospital, no estoy pensando en nada. Y estoy con otras personas.


¿Alex? ¿Por qué me llama Alex? Que confianzas se toma la gente cuando quiere, es raro que me llamen así. Nadie me llama así. Alex es un nombre demasiado, como decirlo, no se, ¿neutro? ¿Masculino? Suena como muy lésbico… no se, tampoco suena mal, pero no es… me estoy dando cuenta de que, últimamente, le doy demasiadas vueltas a cosas estúpidas. Así no me centro en mis cosas raras y traumáticamente dolorosas.


Ahora vamos a levantarnos de este estupendo lugar, dirigirme a ese pequeño y solitario apartamento, darme una ducha e ir a trabajar. Es curioso pero, tengo la extraña sensación de que se me olvida algo.


¡Que bien sienta una duchita refrescante! Mientras dejo correr el agua sobre mi cuerpo no pienso en nada, solo cierro los ojos y me concentro en sentir el líquido de la vida sobre mi piel, humedeciéndola, acariciándola. Noto como el pelo se me aplasta, se moja, se pega a mi espalda dándome esa suave caricia. Esos regueros de agua que van cruzando mi cara, la calman, la relajan.


Entreabro la boca dejando que pequeños hilillos de líquido entren en mi boca y, de repente, en mi cabeza, esa imagen difusa con silueta de mujer. Como si ese sueño se acercase a mí y me estuviese dando de beber. Dejo que esa emoción me embargue. Dejo que mi imaginación se apodere de mí. Ya no lucho por ponerle una cara a esa silueta. Solo necesito dejarme llevar por un momento.


Mis pezones se ponen de punta y noto como me voy excitando al ritmo de las gotas golpeándolos con delicadeza. Dejo que esa agua me moldee a su gusto. Permito que la imagen de mi cabeza me acaricie con sus líquidas manos toda mi piel. Agacho un poco mi cabeza para que mi nuca sienta la lluvia artificial de ese momento idílico para mi cuerpo.


Mis manos inquietas comienzan a esparcir el jabón que otras manos inquietas me dicen que haga. Siento las mariposas de la excitación en mi interior, siento como el agua me acaricia y siento como acaricio el agua. Le bajo un punto de calor al líquido elemento y siento como mi piel reacciona… pero solo siento su frescor fuera, mi interior sigue ardiendo.


Mientras enjabono mis pechos no puedo evitar apretarlos, rozar mis pezones que gritan desesperados. Siento como el agua los humedece y me da la sensación de la silueta los está besando, los está mordiendo. No se que pasa entre mis piernas, no puedo identificar si lo que cae por mis piernas es agua o es mi excitación latente. Quiero que esa sombra me acaricie, quiero prestarle atención a esa parte de mi cuerpo que me lo está pidiendo casi con desesperación.


“Hazlo, pero despacio. No tengas prisa, me gusta verte.”


Como en un susurro escucho estas palabras, aquellas que una vez no escuché, pero si que vi reflejadas. Mi diestra baja enfilada al punto de mi deseo mas alterado mientras mi zurda seguía en su empeño por acariciar mis pechos en su versión más sensible. Hacía tanto tiempo que no me sentía así…


Mi dedo corazón recorrió aquel camino propio que hacía tanto tiempo que nadie, ni yo misma, exploraba y un escalofrío recorrió toda mi espalda y sentí la necesidad de sujetarme a algo. Pero seguí allí de pie, sujetándome a mi misma con mis manos, jugando conmigo, con mi deseo, con mi mente, con mi piel, con el agua. Reviviendo sensaciones, sentimientos, visiones, sonidos. Mi piel contra mi piel. Contra esa piel que todavía siento mía, aunque no quiera.


Me penetro para alejar la imagen difusa que se acerca para que le pueda ver la cara. Me vuelvo a penetrar para alejarla un poco más. Y lo vuelvo a hacer para sentir lo que siento y no lo que esa imagen quiere hacerme sentir. Y lo sigo haciendo, y sigo huyendo, y me sigo quedando, y sigo sintiendo eso que mi cuerpo necesita sentir una vez más.


Apoyo mi mano izquierda en la mampara de la ducha, necesito apoyarme en algo ahora que mis piernas quieren empezar a fallar. Mi diestra se niega a parar en su alocado bombeo y mi cabeza sigue luchando por apartar la imagen que se sigue acercando. Supongo que mi deseo no puede discutir con mi conciencia lo que quiere ver, lo que necesita ver.


Dejo de penetrarme para pasar a castigar mi hinchado clítoris que quiere sentir presurosamente esa descarga final que haga que todo mi muro se derrumbe de una vez y de paso a ese momento de desahogo que tanto necesito sin saberlo. Su cara se presenta ante mi en todo su esplendor reflejando ese placer que estoy sintiendo. Ese gesto en el que se sabe causante de mí goce.


“Sigue…”


No puedo cesar en mi sprint final para alcanzar la meta. Mis músculos están totalmente tensados por la postura y por la sensación que me produce este autoservicio de placer. Aprieto los labios, aprieto mis ojos… ella me toma por la barbilla y me levanta un poco la cabeza para que sienta el agua una vez más sobre la cara. Me besa, pasa su húmeda lengua por mis mejillas, me obliga a abrir la boca para que sienta su humedad destilando sobre mis labios. Mi respiración se agita y empiezo a jadear, siento como me estoy agotando, como el placer infinitamente limitado se apodera de todo mi cuerpo… y lo dejo ir… me dejo ir con el…


Siento como mis rodillas se van doblando despacio mientras mi mano resbala calmada sobre la mampara de esa pequeña ducha. El agua sigue cayendo sobre mi cabeza y la imagen desaparece inmediata, con su sonrisa tranquila, con su gesto más feliz.


Y me echo a llorar una vez más, como tan repetidas veces hago desde hace medio año. Aquellos momentos en los que conseguíamos ser una. Esos lapsos en los que éramos totalmente felices y nos amábamos infinitamente. Los minutos en los cuales sentía que, realmente, no era una fantasía de mi cabeza.


Ubi sunt?


No quiero cerrar el grifo de la ducha, no quiero enredarme en la toalla para secar mi húmeda piel. No me quiero vestir, no quiero salir de casa, no quiero ir al hospital. Quiero, necesito quedarme en casa y compadecerme de mi misma, lamer mis heridas y dejar que se vayan curando.


Pero, no puedo.


Y, tomando una gran bocanada de aire, abro la puerta del portal decidida a pasar, con más pena que gloria, un día más.


“Disculpa, no te había visto” – una voz femenina. Yo me siento aturdida y siento un dolor agudo en mi cabeza.


“¡Auch! – auch…


“¿Estás bien? Joder, menudo golpe te he dado… lo siento, de verdad. No debería entrar con esas prisas por aquí… – dijo la misma voz femenina arrodillada en el suelo a mi lado.


Mi cabeza es como una patata en una olla con agua a punto de ebullición. Me quema, me duele, tiene como un latido propio… me echo la mano a la frente, no se si estoy sangrando pero seguro que esto va a ser un gran chichón.


“Será mejor que subas a mi casa, te pondré hielo antes de que se te hinche la frente” – escucho a esa mujer, pero todavía no puedo abrir los ojos. ¿Por qué tengo que sentir tanto dolor? ¿A caso no es suficiente lo que estoy pasando?


“No, no… no es necesario, no ha sido nada” – intento abrir los ojos, incorporarme y verle la cara a la culpable.


“¡Despacio, mujer, que te vas a volver a caer! – menos mal que me está sujetando.


“Ya está, ya está… creo que me duele la cabeza…” – empiezo a enfocar la cara de la mujer que recibirá toda la ira que tengo acumulada –”Pero…”


“No sabes cuanto lo siento… de verdad…” – encima, ¿cachondeándose?- “¿Estás bien?” – Se está aguantando la risa, está clarísimo, ¡a mi no me resulta nada gracioso!


Pero, la verdad, si tiene su gracia. Encima de cornuda, apaleada…


“Si, y con un bonito chichón. Como extra, claro, que tiene su valor.”


No pudimos evitarlo, tuvimos que echar a reír como idiotas. Su risa es contagiosa y, cuanto más ríe ella, más río yo. Y, aunque mi cabeza me sigue doliendo, mi aturdimiento se desvanece.


“Ahora en serio, ¿te encuentras bien?” – no sabría decir la edad de esa mujer. Tiene uno de esos cuerpos menudos y fibrosos. Pelo rizado y largo… pelirroja, aunque no tiene pecas… será teñido.


“Estoy bien, un poco dolorida, pero bien. Y, una vez que mis piernas se mantienen derechas, he de enfrentarme a mis miedos intentando cruzar de nuevo esta puerta.” – aunque, realmente, ahora si preferiría quedarme en casa a lamer mis heridas… y ponerles hielo y calmantes.


“Espera…” – escucho su voz justo cuando estoy a punto de agarrar la manilla de la puerta. Instintivamente doy un salto hacia atrás a modo de autodefensa. – “esto es tuyo.”


“¡Joder, no me asustes de esa manera! ¡Pensé que venía otra loca a rematarme!” – la estoy mirando con el corazón latiéndome a mil por hora. Estoy empezando a sentir miedo.


“Lo siento. Es que antes, cuando salí a correr, te vi en el bosque. Cuando volvía encontré esto en el mismo lugar. Pero, si no te lo quieres llevar ahora, cuando regreses, lo recoges en mi casa.” – ¿qué?


Analicemos la situación. Taquicardia incluida. La mujer que casi me mata con la puerta, que después ha intentado matarme de un infarto, que sostiene mi mp3 en su mano ¿está tonteando conmigo?


“Gracias por recogerlo.” – me acerco a ella para recuperar mi aparato. Su cara comienza a mostrar una mueca como de fastidio.


“Por cierto, mi nombre es Sofía y vivo en el 3ºA.” – nuestras manos entran en contacto y un escalofrío recorre mi cuerpo y centro toda mi atención en sus ojos oscuros.


“Yo soy… Alex.” – Nombre nuevo, vida nueva – “-y vivo en el B. Parece que somos vecinas de puerta. Más te vale invitarme a cenar un día de estos para compensar todo lo que me has hecho sufrir.” – si ella está intentando coquetear conmigo, aquí va mi réplica. Si no lo está intentando, lo tomará como una broma.


“Que menos.” – me está mirando fijamente y está sonriendo. – “Pasado mañana no trabajo, ¿qué te parece si cenamos juntas mañana?”


“Pues… si. ¿A las 9:30?” – a por todas, como una campeona. Si, no hay más que pasar unos meses en el dique seco, para que los estrógenos hablen por si solos.


“Bien… ¡genial!” – ella también parece contenta. A lo mejor es otra alma solitaria como yo… ¿quién sabe? – “Hasta mañana, Alex.”


“Hasta mañana.”


……………………………………………………………………..


“¡Por fin estás aquí!… bueno… menos mal que has venido. Solo hay dos enfermeras y no conseguimos que se multipliquen para echar una mano. ¿Qué te ha pasado en la cabeza? Vaya golpe que tienes.”


Delante de mis hinchados ojos una simpática imagen. La doctora Navarro en todo su esplendor. La última vez que me llamaron para que acudiera al hospital en mi día libre, también fue una de las primeras caras que vi. Había habido un accidente de tráfico, con cuatro heridos leves. Y ella, una de los heridos.


Tenía un pequeño corte en la ceja, y yo le hice las curas siguiendo, como no podía ser de otro modo, sus propias instrucciones. Mientras yo trabajaba lo más delicadamente posible, ella no dejaba de decir cosas incoherentes. Llegué a pensar en que tenía conmoción cerebral, pero acabé descubriendo que ella era así.


“Buenas tardes doctora, ¿como va su corte?”


“Pues bien, va muy bien… gracias a tus cuidados. ¿Cómo te has hecho eso, mi niña?”


“Me he peleado con una puerta… y, no me tiene que dar las gracias, es mi trabajo.” – y ahora uno de esos momentos tensos en los que no sabes que decir ni que hacer – “Bueno, yo me voy a cambiar. Parece ser que este lugar no puede vivir sin mí un día entero. Si me necesita, ya sabe donde encontrarme.”


“Lo haré”.


Se quedó allí de pie, mirando como me alejaba. Lo se porque notaba sus ojos clavados en mi espalda y, cuando giré para entrar en el vestuario, pude ver como se volvía a toda prisa intentando disimular. Espero que fueran imaginaciones mías, no me apetecía vivir un capítulo de “Anatomía de Grey” en mis propias carnes.


Ahora sonrío pensando en lo extraño que sería que me pasara algo así. Me imagino en lo chalado que debe estar aquel que se inventa nuestro destino. Primero te hace atormentarte pensando en la vida y en sus cositas, hace que nuestra simple existencia sufra altibajos, y luego te regala situaciones surrealistas y divertidas que hacen que todo sea mucho más llevadero, más fácil.


“Hola Alex, ¿puedes acompañarme? Tengo que hacer la rutina en la primera planta. Oye, al carnicero que te ha echado Botox en la cara se le ha ido la mano.”


“Jajaja, hola Nuria” – me gusta el sentido del humor de mi compañera de trabajo. Es extrovertida, amable y bastante escandalosa. Lleva el pelo largo y pulcramente peinado. Como casi siempre…


“Pues si. Oye, no es por meterme donde no me llaman… bueno, si es por meterme donde no me llaman pero… ¿Qué le hiciste a la doctora Navarro?”


“¿Perdón?”


“Oh, si, nena, no me mires así. Cuando le dije que Mónica no podía venir sonrió y me dijo, intentando disimular su entusiasmo, que te llamara a ti.”


“Pues, que yo sepa, no le hice nada.”


“En fin, con esa mujer, nunca se sabe. Es muy extraña.”


“Gracias, eso me tranquiliza.”


Hicimos la ronda sin más conversaciones que las triviales. Entrábamos en las habitaciones, hablábamos con los pacientes y con sus familias. El que más y el que menos estaba de buen humor. Bueno, siempre hay casos y casos, pero la mayor parte de la gente es muy amable.


El turno de tarde es muy diferente al turno de noche. Durante las noches estás rodeada de gente también, pero estos están durmiendo o tratando de hacerlo, y nosotras estamos vigilando sus sueños. Todo está en silencio, todo está tranquilo. La hora en la que las fieras se amansan solas. La hora en el que las aves nocturnas cuidamos del mundo que tan mal nos trata.


Sin embargo, en este momento, estoy rodeada de gente y todos me miran y me hablan. Todo está más vivo, las escenas no ocurren en blanco y negro. Ves expresiones, escuchas acentos, ves sonrisas y lágrimas y no te sientes única. A veces resulta gratificante.


Cuando estoy haciendo mi trabajo, el trabajo que me gusta, el tiempo parece que no tiene cabida. Aunque venir hasta aquí me da pereza, una vez que llego, me siento llena, me siento útil, me siento bien. Me gusta ayudar, cuidar a aquellos que no pueden o no saben. Me gusta cuando me sonríen y no son conscientes de lo bien que me hacen sentir a mi.


También sufro muchas veces, pero en eso consiste la vida, en que rías y llores, en que seas feliz y desgraciada. En aprender de todo ello y, sin embargo, seguir siendo la misma. Seguir manteniendo nuestra esencia, nuestro yo.


Yo veo nacer y veo morir gente casi cada día. Veo milagros y veo errores. Veo fortaleza y veo debilidad. Y vivo y comprendo la fragilidad del ser humano. Somos tan imperfectos que nunca llegaremos a ser autosuficientes. Podemos intentarlo y luchar por ello, pero siempre acabaremos necesitando algo, o a alguien.


“Hola Alejandra. ¿Cómo te va la tarde? ¿Puedes acompañarme? Tengo que hacer una ronda.”


“Claro doctora”.


“Sabes, cuando viniste a este lugar pedí informes sobre ti en tu antiguo hospital.”


“Lo imaginaba, espero que fueran positivos.”


“Si lo fueron, todos destacaban tu saber estar y tu trato con los pacientes. Y, sabes, me recordaste mucho a alguien.”


“Ah, ¿si?” – realmente, esa mujer de desconcertaba. Debía tener unos 54 años, pero no los aparentaba. Se notaba que era una persona cariñosa, pero solo con unos pocos privilegiados. Lo que de ella se decía por el hospital era que era una mujer muy dura y muy borde.


“Pues si. Me recuerdas mucho a mi hija. Murió el pasado año.”


“Lo siento mucho”.


“Si, y yo… tenía 29 años y toda una vida por delante. Pero, como ella misma me dijo, había vivido todo lo que le tocó vivir intensamente y sin desaprovechar ninguna oportunidad.”


“Era muy joven…”


“Si, pero hay enfermedades que no entiende de edad. Ella luchó mucho por salir adelante, pero no pudo hacer nada para que su corazón siguiera latiendo.” – unas lágrimas se le escaparon y yo me quedé observándola en silencio. No sabía que debía hacer. – “Pero bueno, tu no eres mi hija, y ya ha pasado tiempo. Tenemos que seguir, ¿no crees?”


Ahora entendía ese “trato especial” que tenía esa mujer conmigo. Mi paja mental de si yo sería su “Esther” y ella mi “Maca” en plan “Hospital Central”, no había sido más que una imaginación mía. Ella solo quería acercarse porque le recordaba a su hija y, tal vez, lo que quería era “adoptarme”.


Aunque se lo que es perder a alguien, no me puedo imaginar como sería perder a un hijo para siempre. ¿Qué sentirán mis padres ahora que no estoy? Nuestra relación de los últimos dos años no fue la mejor del mundo, pero ellos siguen siendo mis padres. ¿Seguiré siendo su hija? Nunca pensé que mis padres me dejarían de hablar por algo como aquello. Ya se que parte de la culpa fue mía por huir aquel día, pero ellos tampoco hicieron mucho…


Seguro que Nadia había tenido algo que ver. Y yo. Durante mucho tiempo me tomé la reacción de mi padre como una ofensa hacia mi y, a pesar de que el intentó recuperar a su niña, no se lo permití. No quería que me volviera a mirar de aquel modo. No quería volver a decepcionarlo. Mi madre, sin embargo, hizo causa común con mi hermana y, aunque acabaron yendo las dos a un psicólogo para tratar de buscar una cura para mi, solo consiguieron dejar de creer en ellos porque les decían que, el único problema, lo tenían ellas.


Por suerte, no se encontraron con ningún loco que les aconsejara una lobotomía o algo similar, como ocurría en España hace no tantos años.


“Estás algo ida, jovencita. Tienes que prestar más atención.”


“Disculpe doctora, estaba pensando y me he despistado.”


“No importa. Oye, ¿ya conoces a mucha gente por aquí?”


“Pues, todavía no. Pero estoy en un momento bastante…”


“No hay excusa que valga. Dentro de dos semanas se casa mi hijo y quiero que vengas a su boda. Va a haber mucha gente joven y seguro que te lo pasa estupendamente.”


“Pero, señora, ¿Cómo voy a ir a la boda de su hijo? ¡Si no lo conozco! Además, no conoceré a nadie, no tengo ropa…”


“No hay más que hablar, tendrás tres días libres y uno de ellos será para ir de fiesta.”


“Se lo agradezco, de verdad, pero no creo…”


“Está decidido. Búscate algo bonito, será a partir de las 6 de la tarde.”


……………………………………………………………………..


Así que, sin querer, estoy invitada a una boda donde no conozco más que a la mamá del novio. Y ahora tengo que comprarme algo bonito para ir yo sola a una fiesta llena de gente. ¿Quién dijo miedo? Ahora solo me falta llegar a un apartamento en llamas y que en la puerta me espere una de esas dicharacheras amigas mías, cuyo único placer es torturarme.


Pero mi apartamento no está en llamas, ni en la puerta me esperaba ninguna mujer. Y eso no quiere decir que, mientras abro la puerta del portal, recuerdo instantáneamente la última vez que pasé por aquí. “Me llamo Sofía” “Hasta luego, Alex”.


Soy un cuerpo calenturiento con una mente machacada y un corazón roto. Vaya cuadro. Estoy de pie, en medio del portal, sonriendo como una idiota por lo que quiero que pase mañana. No pienso cuestionar las decisiones que el señor del destino ese que tantos quebraderos de cabeza me levanta.


Siento la extraña sensación de que todo está volviendo a empezar pero desde otro punto de vista. Se lo que hay que hacer, y como se hace.


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“Hola Alex” – a medida que se va abriendo la puerta, veo como ella se aleja – “Perdona que te reciba así, pero es que tengo las verduras en la plancha. Entra y ponte cómoda, enseguida estoy contigo.”


“Hola Sofía.” – su apartamento es más o menos como el mío. No en la decoración, pero si en el diseño. Debe ser que el mío está menos amueblado… pero este parece mucho más bonito, más acogedor. Es como si tuviera más luz.


Ahora estoy en el salón, tiene un pequeño sofá y ha puesto varios cojines en el suelo, rodeando la mesita central… ¿Dónde vamos a cenar? Interesante.


“Perdona el recibimiento, pero se me ha echado el tiempo encima y no pude acabar antes de cocinar. Aunque, bueno, así mejor, cenaremos mas calentitas…” – se ha puesto roja como un tomate y ha abierto los ojos desorbitadamente. – “Quería decir que la cena estará mas calentita…”


“Jajaja, eso espero…” – ¿lo he dicho en voz alta? Si, lo he hecho y ella me está sonriendo. Sigue teniendo la cara colorada… buena señal.


“¡Vaya, has traído vino!” – eso es, corramos un tupido velo. – “Ten, el abridor. Voy a por la comida y nos ponemos a ello, ¿vale?” – ¿me lo prometes? La sequía se va a acabar.


El aroma del corcho me indica que el vino que me ha recomendado el tendero me va a gustar. Es blanco, albariño, tiene un aroma especial, embriagador, casi tanto como su perfume.


“Se ve realmente apetitoso.” – si, se ve muy apetitoso… todo.


“Y tu has traído vino blanco… eso es casi tan afrodisíaco como el champán.”


Va a ser una noche interesante, de eso no cabe duda.


Empezamos a cenar. Su boca es exquisita. No me canso de mirarla mientras mastica, ella también me mira a mí. Estamos casi pegadas, la una al lado de la otra. Todavía no se como no he tirado la comida sobre mi ropa por mirarla tanto. A penas hablamos, solo decimos cosas triviales a cerca de nuestros trabajos, los silencios son tensos pero no incómodos. De vez en cuando sonreímos y nos miramos más profundamente, parece que ambas rogamos a Afrodita para que la otra de un paso.


Y voy a ser yo. Estoy un poco cansada de esperar. Me acerco a ella despacio, la quiero besar ya.


“¿Te gusta la cena?” – vaya corte…


“Si… si, mucho.” – y, ahora, ¿qué hago? ¿Lo vuelvo a intentar? Es que me he acercado mucho a ella y ¿ahora?


“¿Te sirvo más vino?” – ¿por qué? ¡Si ya estoy envalentonada! Bueno, ya se me ha cortado…


“Si, por favor.”


Me ha desconcertado. Vuelvo a mi posición inicial, pero ahora no la miro. He intentado besarla y me ha rechazado “educadamente”, sin decirme nada. Ella me mira y se que está cortada. Pero, ¿qué quiere que haga yo?


Continuamos cenando en silencio, pero ahora si que es un silencio incómodo, estoy pensando en poner alguna excusa creíble y largarme de aquí para volver a mi guarida. Joder, pensé que sería más fácil, o que le gustaba… pero parece ser que he sacado conclusiones precipitadas, tal vez solo quería ser amable conmigo.


El vino se está acabando, y no soy yo la que quiere ahogar sus penas (he descubierto que las penas tienen salvavidas y el alcohol no consigue ahogarlas). Noto que está nerviosa, se debe sentir incómoda por mi intento. Mejor será que me vaya.


“La cena estaba deliciosa… gracias. Bueno… será mejor que…”


“¿No lo vas a volver a intentar?”


“¿Disculpa?” – la miro y ella tiene la cabeza bajada, no me está mirando pero…


“Si no vas a volver a intentar besarme…” – levanta la cabeza. Está colorada…


“Pues, después del corte de antes, no tenía pensado volver a intentarlo.”


“Y… ¿te molestaría si lo intentara yo?”


“Tendría que verme en la situación…” – mi no entender nada.


“¿Traigo café?” – se pone de pie y recoge la mesa. Desaparece por la puerta de la cocina y yo me quedo aquí pensando en que es una chica un poco rarita.


Sale de la cocina con una bandeja entre sus manos. Coloca las tacitas sobre la mesa y me da el azucarero. Sirve un poco de café en ambas tazas y posa la cafetera sobre la mesa. Pero yo me he quedado atontada mirando sus tetas… se ha desabrochado uno de los botones de su camisa y ha hecho todo eso doblando solo su cintura. Su escote ha estado delante de mis ojos todo el tiempo.


Se sienta, me está sonriendo y ahora la que está colorada soy yo.


“¿Qué te parece si pongo un poco de música?”


“Me parece bien.”


Se acerca a mí. Se está acercando a mí, a mis labios. Si, lo está haciendo. Y despacio. Me da un piquito y se aleja. A lo mejor me precipité un poco antes. Tal vez ella quiere ir despacio… ¡Que cansada estoy de pensar!


“¿Te gusta bailar? A mi me encanta bailar. Voy a poner un CD de The Cabriolets. ¿Los conoces?” – Asiento con la cabeza, me gusta la cantante, es sexy. Curiosa elección para el momento.


Comienzan a sonar los acordes de esa canción que tanto me gusta de ese grupo. Es sensual y explícita. Me sorprende… comienza a moverse al ritmo de la música.


Aunque yo no te conozco, te doy lo mejor de mí…


“Me gusta esa canción… Satisfacción, ¿no?” – sigue bailando y cantando la canción. Me está encendiendo… que bien se mueve.


“¿No vas a bailar conmigo?” – ¿Quién puede decir que no con ese cuerpo y esa banda sonora? Además, era lo que quería…


Me pongo en pie mientras empieza a sonar el estribillo…


Yo no puedo renunciar


A la curiosidad


De descubrir lo que me haces sentir


Yo quiero satisfacción


Y yo… por eso, sin demorarme demasiado, la tomo por la cintura para contonearme a ritmo de la música, sujetándola, no vaya a ser que se me escape. Rodea mi cuello con sus brazos y me gusta volver a sentir eso. Nos miramos a los ojos, es intensa su mirada.


“Bésame ahora que nos miran. Me ofrezco a ser objeto de tu deseo, de nuevo al fuego me entrego” – es que, una mujer te dice algo así y… ¿Qué haces? Responderle, claro.


“Dices que estás excitada, se despierta tu interés. Te complace mi descaro, sonríes…” – bendita música. Aprieta los brazos y hace que mi boca se acerque a la suya. Ahora se seguro que no se va a apartar.


Pero tampoco se acerca. Nos quedamos con las narices pegadas, con nuestros labios a pocos centímetros. Nuestras caderas están tan cerca que puedo sentir su temperatura.


Dices que soy provocación


Como te atreves a dudar


Que no tengo remedio


“Aquí hay una mujer que se atreve a gozar…”


Ya no puedo con más juegos, es tanto el deseo que se ha despertado en mí, que ya no soy capaz de aguantar más. Subo una de mis manos y le sujeto la cabeza. Pego nuestras bocas y, casi con agresividad, meto mi lengua en su boca. Ella responde cerrando sus brazos alrededor de mi cuello y mi otra mano baja directa a sus nalgas, esas que han estado toda la noche obligándome a mirarlas.


Es tal el impulso calenturiento que experimenta mi cuerpo que casi la levanto del suelo. Su lengua, ahora, es la que invade mi boca y hace una exploración exhaustiva de esa cavidad al tiempo que suelta sus brazos de mi cuello para dejarlos resbalar por mi camisa hasta que ambas manos se apoderan de mis pechos endurecidos.


Separo un poco nuestras bocas para dejar que un quejido se escape de mí, ella ahora me muerde el cuello y pasea su lengua desde ese punto hasta mi oreja y, casi en un susurro, me dice que vayamos a su dormitorio… pero yo he visto un cómodo sofá en la habitación y tengo demasiada prisa para pasear…


La giro casi en volandas y nos dejo caer allí, ella quiere… yo lo necesito. La noto sorprendida con mi prisa, siento como sonríe con tensión, con ganas, con expectativa y yo me siento torpe, acalorada, con ganas de explotar de una vez.


Empiezo a bajar su vestido, ya no se que hacer con la ropa, me sobra todo. Estoy sudando y mi frente se va llenando de gotitas que van resbalando por mis mejillas. Hace tanto tiempo que no estoy con una mujer que casi no se lo que hay que hacer.


Ya la tengo desnuda bajo mi cuerpo y me gusta esa sensación. Su piel es suave, su respiración agitada, sus besos me queman…


Sus manos desabotonando mi camisa. Se sienta y me deja sentada sobre su cuerpo desnudo. Y me desnuda salvajemente, seguramente contagiada por mí, de cintura para arriba y, cuando intento moverme para poder seguir desprendiéndome de mi ropa, me lo impide desabrochando mi pantalón para colar su mano dentro y empezar a acariciarme. Que placer da el placer…


Estoy tan mojada que, antes de que me de cuenta, me está penetrando y yo me estoy moviendo sobre ella, apoyada en su cabeza. Su boca me está comiendo los pechos y solo siento ganas de gritar, gritar y gritar.


“Me estás volviendo loca…”


Y tanto que lo esta haciendo. Me está recostando sobre el sofá despacio. Parece que a ella se le ha ido la prisa y ha decidido ser ella la maestra de ceremonias. Retira su mano de mi desesperado deseo y empieza a acabar de desnudarme. Siento sus ojos clavados en mí, me ruboriza, me excita, solo puedo pensar en sus dedos dentro de mi otra vez. Se arrodilla, se pone a cuatro patas y me quedo idiotizada mirando sus tetas balanceándose e hipnotizándome para que me deje querer.


Su lengua recorre mis piernas y estas se abren por arte de magia. Siento su mano en mi pie en una ligera caricia y comienza a ascender por toda la extensión de mi extremidad mientras su boca sigue ascendiendo hacia mi ombligo. Esos dedos que tanto anhelo se acercan cada vez mas al lugar de donde no debieron salir y mi respiración se vuelve a apurar.


Mientras se recrea con mis pechos comienza a atacar mi clítoris una vez más y yo bajo mi mano para jugar al espejo con ella. Quiero tocarla y quiero ver como se corre. Sube a mi boca para dejar que nuestros labios se peleen una vez más, que nuestras lenguas se reconozcan de nuevo, que nuestras salivas se mezclen sin contemplaciones. Estamos empapadas, no hay rincón de nuestros cuerpos que no esté húmedo. Todavía me pregunto como un cuerpo puede supurar tanto líquido.


No se cuantos dedos nos penetran a cada una, tampoco se si llevamos mucho rato gritando o si la única que alborota soy yo. Me estoy deshaciendo por momentos y no quiero ser la única, pero mis fuerzas se van agotando y mi anfitriona sigue con la misma vitalidad.


Retira mi mano de su pubis y me la aprisiona contra el sofá mientras ella sigue machacándome alocadamente. Siento como se abre el grifo que llevo dentro y acabo empapándole la mano y el sofá… y siento como me mira, como me suelta la mano y como va dejándome vacía por dentro.


Ahora me está acariciando tumbada sobre mí. Se que quiere una réplica pero mi cuerpo necesita un pequeño descanso… era mucho tiempo y una se acaba desacostumbrando.


“¿Quieres una copa? Te noto algo cansada” – sonríe graciosa y se empieza a incorporar para mostrarse en todo su esplendor.


“No necesito una copa, querida…” – ubi sunt? Mejor, carpe diem…


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