martes, 28 de junio de 2011

La cueva de nieve

La cueva de nieve (Orgí­as)

En medio de una terrible tormenta de nieve, refugiados en una cueva, dos hombres gozan a una mujer que hasta ese momento había estado muy mal atendida en el sexo por su esposo.

El viento soplaba enfurecido a través
del chaparral lanzando copos de nieve como si fueran perdigones.
Ni un
atisbo de cielo ni una huella del camino podía verse por el soplo
invernal.
Carrie sabía que estaban perdidos.
Algunas horas antes,
la espalda de su marido había desaparecido en la helada oscuridad.
Ahora ella caminaba pesadamente, medio congelada, únicamente con
dos de los miembros del grupo original.
Aterrorizada de que la dejaran
atrás para morir, se aferraba a continuar con ellos.

Como si fueran tuzas, ellos excavaron
en la nieve formando una cueva apilándola masivamente.
Habían
excavado profundamente, lanzando la nieve detrás de ello, labrando
paredes y techo y amontonando sus pertenencias para cubrir la entrada.

La angosta cueva era un agradable
refugio fuera del punzante viento.
Agotados de su frígido esfuerzo,
yacieron en sus espaldas para recuperar fuerzas.
Entre ellos un cabo de
vela sobre un candelabro improvisado, lanzaba negras sombras sobre las
prístinas paredes.
Su débil llama no era suficiente para
atenuar el cortante frío, pero la atesoraban como si fuera la llave
de su salvación.
Más tarde al apagar la vela se apretaron
juntos formando un capullo con las mantas.
Carrie quedó en medio
de los dos hombres, acurrucada buscado su calor.
Afuera el viento desató
su furia alrededor de ellos.

Ella pensó en su marido y
el resto del grupo.
Traían una brújula y ahora estarían
a salvo del mortal frío.
Él no había siquiera mirado
hacia atrás, a sabiendas de que ella no podía mantener el
paso.
Brotaron lágrimas de sus ojos azules mientras lo maldecía
por lo bajo.
En cambio los dos extraños entre los que se había
acuñado habían procurado quedarse con ella, para evitar que
muriera en el helado vendaval.

Ella se adormilaba entrecortadamente,
su sueño fragmentado por el temor de sucumbir al frío aletargante.
Agradecida por la tibieza de sus compañeros se acurrucó más
profundamente en el lecho cayendo en un inquieto sueño.
A través
del velo de su fatiga, sintió una mano ahuecarse sobre su pecho.
Rodó sobre su costado pretendiendo estar dormida, renuente a abandonar
el tibio refugio.
La mano regresó, introduciéndose entre
las ropas traslapadas en busca de la piel desnuda.
Su respiración
se detuvo en sus pulmones, mientras su mente indagaba qué hacer.
Ella sabía que debía salirse, renunciar al calor, pero la
idea de estar sola en la helada cueva estremecía de frío
sus extremidades.

Una segunda mano vino desde el otro
lado y empezó a desabotonarle la blusa.
La primera ya estaba pellizcando
sus pezones con dedos callosos.
Ella sabía que pronto ambos pechos
caerían presa de sus manoseos.
Imágenes de su esposo aparecían
en su mente y se preguntaba qué pensaría si pudiera verla
ahora.
La furiosa forma posesiva que marcó su relación marital,
se le atoró en la garganta como una pastilla ácida.
Él
exigía de ella una alta moralidad que no exigía para él
y que ella jamás puso en tela de juicio.
Pero el haberlo visto huir
apurado de la tormenta sin ella.
.
.

Ambos hombres continuaban aflojándole
sus ropas y sus manos se paseaban por sus lugares secretos.
Sus objeciones
sonaban débiles, huecas e inciertas.
Le dijeron:"Silencio,
quizás mañana ya estemos todos muertos" Ella pensó
nuevamente en su esposo, a salvo con el resto del grupo y lo culpó
por no permanecer con ella.
"¡Maldito, Maldito, Maldito!"
Gritaba en el fondo de su corazón.

Ella se sentía cálida
y a salvo entre estos dos hombres.
Sintió que le bajaban los calzones
y se sorprendió ella sola cuando levantó las nalgas para
facilitarles la faena.
Ella desabotonó lo que faltaba de su blusa
y se libró de ella.
La ayudaron con sus pantalones y ella se acurrucó
entre ellos totalmente encuerada, excepto por sus calcetones.
Se acostó
sobre su espalda y sus rodillas formaron una carpa con las cobijas.
Dedos
endurecidos por el trabajo recorrieron su vientre.
Ella movió las
piernas para ayudarles a encontrar su rezumante entrada.

Sólo su esposo la había
tocado ahí antes, ningún otro hombre lo había hecho.
Vacilantes oraciones implorando perdón brotaron de sus labios y
se disolvieron en la excitación que enviaba temblores de placer
a través de vientre.

Al descubrir sus abiertas piernas
y abundante humedad entre ellas, uno de los hombres dijo: "Qué
agradable señora es usted" y la besó ligeramente en
la mejilla.
"Una belleza con hinchados senos y una dulce concha que
implora atención" Había una mano en cada seno y dos
moviéndose entre sus muslos, tomando turnos para palpar su saturado
sexo, mientras las manos de ella estaban llenas con el instrumento de cada
uno de ellos.
Ambos hombres los sentía considerablemente más
grandes que su marido.
En la oscuridad de la cueva de nieve ella estudiaba
los contornos con la punta de sus dedos, creando con el tacto imágenes
que los ojos no podía apreciar en la oscuridad.
Sus vergas eran
muy diferentes.
La de José era larga e incircuncisa, la de Víctor
más corta y no tenía prepucio.

Carrie deseó poderlas ver.
Se imaginaba la de Víctor oscura, atezada, amenazadora.
El glande
era suave, casi sedoso del tamaño de un ciruelo.
Su robusto tronco
brotaba de una indómita, grosera mata de vello púbico.
En
la base de esta poderosa verga, ella encontró su bolsa y sopesó
sus voluminosas bolas con la mano.
Se sonrojó cuando se dio cuenta
de que deseaba besar su vientre y recorrer su lengua hasta la raíz.
Pero ahí estaba también José, le agradaba la sensación
que le daba su verga.
Con el caño en la mano de ella sujeta contra
su panza, fácilmente quedaban ocho centímetros sobresaliendo
por encima de su puño.
Sus bolas no eran grandes como las de Víctor,
pero eran amplias nueces en un apretado bolsillo.
Estaba peludo desde el
ombligo hasta la parte superior de sus muslos.

A ella le encantaba la forma cómo
se movían sobre su cuerpo y la tocaban como si fueran propietarios
de sus lugares secretos.
Sus curtidas manos daban una sensación
muy agradable contra su suave piel, su trasero se estremecía ansioso
y con sus manos parecía ordeñar los enardecidos miembros.

José se incorporó
y se hincó, como si estuvieran previamente de acuerdo Víctor
se hizo a un lado, dejándole el lugar entre las piernas de Carrie.
Se levantaron las mantas y un aire helado penetró en el capullo,
estremeciendo la grieta afelpada que aguardaba a José.
Un largo
suspiro de satisfacción escapó de los labios de Carrie mientras
José la penetraba, ella pudo sentir en las profundidades de su vientre
la punta del glande sobre el cuello del útero.

"Qué rico coño
tiene señora" dijo él con acento serrano.
"Agradable
y húmedo como lengua de río" No había fuerza
en la Tierra que obligara a sus caderas a mantenerse quietas, ella se levantaba
para encontrarse con él empuje tras poderoso empuje.
A su lado recostado
en la manta Víctor le susurraba pensamientos sucios y eróticos
que la llevaron rápidamente al clímax.
La pequeña
cueva se llenó de los sonidos de su lujuria y del aroma de su orgasmo.
Ella estaba a gusto en la oscuridad, la vergüenza por lo que había
hecho hacía que la cara le ardiera.
La semilla de José escurrió
hasta la manta e inmediatamente se sintió húmeda y fría.
En el amasijo de ropas desechadas, ella encontró sus pantaletas
y con ellas se secó entre los muslos.
A pesar de sus mejillas enrojecidas,
las manos le temblaban y su corazón parecía querérsele
salir del pecho.

José roncaba sobre su espalda
y Carrie adormilaba intermitentemente, a su lado Víctor mantenía
una vigilia silenciosa.
Él esperaba pacientemente hasta que la profunda
negrura de la cueva fuera diluida por la tenue luz del amanecer fuera filtrada
a través de la nieve.
Mientras ellos dormían, su mano no
se separó ni un instante de la tersa piel de Carrie.
Sus dedos constantemente
circulaban, patrullando el tirante vientre, las doradas manzanas que subían
y bajaban al compás de su respiración.
Cada vez que su tacto
encontraba la humedecida rendija entre sus piernas, ella abría los
ojos levemente, sonreía y volvía a caer en profundo sueño.

Víctor presionó su
enorme dedo entre los afelpados labios vaginales intranquilizando la pequeña
protuberancia entre ellos.
Ella volteó la cara hacia él y
abrió aún más los muslos, la humedad se presentó
inmediatamente, así como el movimiento de sus caderas.
Víctor
jaló la manta sobre su cabeza y se amamantó del pecho de
Carrie.
José para no ser olvidado, jaló suavemente el otro
lado de la manta.
Ya había suficiente luz para ver sus maravillosos
senos y notar el suave rosa de sus estirados pezones.

Carrie apenas respiró cuando
la barba de Víctor rascó su vientre.
El sólo pensamiento
de lo que estaba ocurriendo la tenía excitada.
Ella estaba recostada
de espaldas en la almohada del hombro de José y sostenía
la manta en lo alto para que los dos hombres pudieran recrearse la vista
con sus voluptuosas formas.
Sus piernas estaban abiertas ampliamente y
los rizos rojos de su pubis brillaban como pequeñas lenguas de fuego.
La suave piel de sus muslos era cepillada por los tiesos vellos de la barba
de Víctor, los dedos de él sostenían los labios vaginales,
mientras su lengua y sus labios daban homenaje al delicado interior rosa.
Ella se oyó a sí misma confesarle a José que nunca
había estado alguien entre sus piernas así, ella pensaba
que sólo una cualquiera permitiría tal cosa.
Ella observó
cómo su pubis subía y bajaba en baile carnal con la boca
de Víctor.
"Soy una cualquiera", pensaba "Y voy a
morir en esta helada caverna y estoy alegre"

Había reto y desesperación
en la forma como ella movía el vientre.
Palabras que nunca saldrían
de una devota cristiana eran proferidas fácilmente por sus labios.
Ella quería venirse, quería que Víctor y José
vieran lo puta que era, que la usaran como quisieran.
Ella observó
cómo la lengua de Víctor se sacudía en su clítoris
y la cueva nuevamente retumbó con sus gritos de placer.

Víctor se arrodilló
encima de ella, su barba húmeda de jugos vaginales.
Como plumas
en el hocico de un zorro, algunos rizos rojos colgaban de su barbilla.
"¿Le gustó señora?" Preguntó amablemente.
Él se movió un poco más arriba hasta que las rodillas
de él sujetaban las costillas de ella.
"¿Cree que se
sorprendería su marido?" Le sonrió "¿Se
viene usted así con él también?"

Ella pensó en su marido con
un poco de remordimiento y resentimiento.
Él nunca entendería
su depravación en la cueva de nieve.
Ella nunca se había
comportado así con él.
Ella no recordaba cuándo fue
la última vez que él la hizo venirse.
Ni siquiera sus propios
dedos la habían provocado tal erupción tan deliciosa.

Mientras Víctor se colocaba
arriba de ella, Carrie supo que era lo que él esperaba.
Él
la vio mirándole la verga y riendo entre dientes le dijo: "¿La
tiene tu marido tan grande?" Luego agarrándose el miembro y
apuntando a la boquita de ella preguntó: "¿Se la mamas
a tu marido, señora?"

Ella en lugar de contestar se incorporó
levemente y besó la sedosa bellota, su tibieza la sorprendió,
tomó la estaca de las manos de él y con los delicados dedos
de ella la sujetó, con su otra mano le agarró los huevos
y los acunó en la palma.
Ella nunca había hecho esto, pero
sabía cómo se hacía.
Una noche su marido borracho
como una cuba, la había llevado a un cuarto donde la obligó
a sentarse, mientras una puta lo tomaba por la boca.
Ahora Víctor
y José estaban mirando y ella era la puta.
La impresionante sensación
que esos pensamientos enviaron a través de ella estaban lejos de
ser desagradables.
La hacían temblar de lo inmorales que eran.

La punta de su lengua exploró
la sedosidad del casquete humedeciéndolo y probando su sabor.
La
orilla parecía ser especialmente sensitiva para Víctor, en
el momento que la lengua lo rozó, él contuvo el aliento y
su cuerpo tembló, ella lo mordisqueó con los labios y Víctor
se meció de lado a lado impacientemente, llevó las manos
a sujetarla por los cabellos y le dijo: "Tómalo en la boca
muchacha, ahora.
Chúpalo como lechón a la teta"

Él se recostó de espaldas
obligándola a colocarse en cuatro patas entre las piernas de él.
Su boca sensual se metió la cabezota y la trincó con su lengua
aterciopelada.
Cada empuje llevaba sus labios más cerca de la base
de la gruesa estaca.
Víctor la animaba con sus manos y palabras,
cuando ella susurró que nunca antes había hecho eso él
rió estruendosamente.

"¿Nunca se la mamaste
a tu esposo?" Rió con alegría "¿Y se la
mamas tan bien a un extraño? Vaya idiota que es de abandonar este
tesoro, una boca virgen y una vulva que nunca ha paladeado"

José se arrodilló
detrás de ella sobre sus invitantes nalgas, sus manos le apretaron
las columpiantes tetas y se pasearon por su vientre y muslos enviando cosquilleos
a través de su alma.
El placer que esa verga le había proporcionado
la noche anterior la hizo desearlo nuevamente.
Con la verga de Víctor
en la boca y José acariciando su trasero ella se sintió deliciosamente
putona.
Ella continuó chupando recio el palo mientras Víctor
le sostenía la cabeza con las manos, empujando profundo y sacando
lentamente.
José entretanto empezó a empalarla nuevamente.
Ella se imaginaba a su esposo sentado en una silla en un cuarto rentado,
viéndola dando placer a Víctor con la boca y a José
con la vulva.
El pensamiento la hizo chupar y lamer con más ahínco.

Su ritmo fue pronto igualado por
José.
Desde atrás la penetración parecía ser
más completa que la noche anterior.
Su larga verga la llenaba y
sus dedos jugueteando con su clítoris eran mágicos.
Como
una gata sensual ella levantó las nalgas hacia él y separó
las rodillas.

Los empujones de Víctor eran
cortos y potentes y su verga empezó a sacudirse espasmódicamente.
Carrie quería todo en su boca, la punta de su lengua casi alcanzaba
la base de su verga, mientras la cabeza alcanzaba la parte de atrás
de su garganta.
Ella se detuvo mientras las manos de Víctor le sostenían
los lados de la cabeza, la panza de él se tensó y su semilla
empezó a salir disparada contra la garganta de ella llenándole
rápidamente la boca de semen.
Ella lo tragó para evitar ahogarse
y una y otra vez continuó ordeñando su frenética verga.
El sabor era placentero, suave, y ligeramente salado, ella lamió
todo rastro de su enardecido miembro.

Las grandes manos de José
la tenían sujeta por la cintura, descansando la palma sobre la parte
superior de su trasero.
Su pulgar descendió por las duras nalgas
y descansó sobre el ano.
El toque lo sintió tan impropio
que una ola de piel de gallina recorrió sus bien formados cachetes.
Con su cara aún enterrada en el regazo de Víctor sus pensamientos
fueron distraídos por la extraña sensación del pulgar
de José presionando el anillo elástico.
Ella se tensó
cuando el dedo penetró el santuario, él pudo sentir como
las paredes vaginales se tensaron también.
Su dedo medio reemplazó
al pulgar entrando fácilmente hasta la segunda falange.
Por un momento
Carrie se paralizó mientras su mente trataba de aceptar la sensación
desconocida.
Llevó su mano a detener momentáneamente la de
José.

"Tampoco te dio por el culo"
escuchó que preguntaba Víctor "Ese marido tuyo te tenía
muy descuidada" se inclinó entonces para agarrarle las nalgas,
abriéndolas para su amigo.
José colocó su instrumento
en la abertura y empujó.
Todavía húmedo de los jugos
vaginales se deslizó con cierta facilidad y ella sintió que
le faltaba el aire, otro empujón lo profundizó más
y ella temió que fuera demasiado grande.

"Afloja los músculos"
Aconsejó Víctor, con un esfuerzo conciente ella se relajó,
rindiéndose a la invasión de José.
Él empujó
aún más enterrando el largo total en el oscuro pasaje, hasta
que ella lo sintió profundamente clavado en su vientre.
Las manos
de José descansaban sobre las nalgas de Carrie, sujetándola
y empezó a mecerla de adelante hacia atrás en vaivén
hasta que ella se acostumbró a la sensación.
No era aborrecible
ni dolorosa, Carrie la encontraba placenteramente obscena.
Nuevamente pensó
en su marido y se anidó hacia atrás sobre José estimulando
la penetración.

Víctor todavía de
espaldas se deslizó hacia abajo para quedar entre las piernas de
ella quién descansó sus muslos sobre las caderas de él,
quién así acostado la punta de su órgano picaba la
barriga de Carrie, ella sujetó el miembro y lo guió a la
entrada de su vulva, recargándose para hundírselo, no descansó
hasta que estuvo recargada su pelvis sobre la de él.

El grueso tronco de Víctor
se sentía repleto dentro de ella, mientras que el de José
se movía dentro su culo.
Las vergas empezaron entonces un duelo
dentro de ambos agujeros creando sensaciones que un hombre jamás
podrá él sólo.
Carrie sabía que no tardarían
mucho en culminar.
Cada empujón de José en su trasero aplastaba
su tierno clítoris contra el vello púbico de Víctor.
Los hombres estaban cerca también, el cuerpo de ella temblaba con
la fuerza de sus empujones.
Con un extraño gruñido José
sujetó las caderas de Carrie y condujo su estaca hasta lo más
profundo, el orgasmo de ella acababa de empezar y se aferró en éxtasis
a las dos vergas, dos poderosos empujones más y José empezó
a descargar su simiente dentro de ella, las manos de Víctor sujetaron
la parte de atrás de los suaves muslos acercando la ondulante pelvis
de ella a la de él, levantándola de la manta con sus fuertes
empujones, mientras su cuerpo empezaba a disparar su esencia en el cuello
de útero.

Carrie se sentía delirante.
Yacía con sus pantaletas presionadas entre sus piernas goteando
los fluidos de los tres.
Su mejilla estaba apoyada en el muslo de Víctor
y miraba su instrumento aflojarse y retroceder.
Aún brillaba, matizado
de su propio semen y de los jugos de ella, quién podía distinguir
el olor de los mismos sobre el aparato.
Ella estaba fascinada con su cabeza
aterciopelada y lacia con la arrugada piel de los remanentes del prepucio.
Sintió una curiosa sensación al pensar lo que le habrá
dolido cuando se lo quitaron, ella plantó un reconfortante beso
en el sitio y otro en la punta.
Metió su lengua en la pequeña
y húmeda abertura y lamió alrededor de la cabeza.
Paladeó
sus propios jugos y reconoció el salado sabor del semen de Víctor,
como una gata acicalando a su gatito lo lamió hasta dejarlo limpio.

El morbo de saber que ella era casada
excitaba a Víctor.
Lo hacía ponerse muy duro cuando él
recordaba cómo la llevaban cuando llegó.
Él deseaba
que su esposo hubiera podido oír los gemidos de ella y cómo
se había dado placer a sí misma con su verga y la de José.
Le hubiera gustado abrirle las piernas para mostrarle la humedad con que
les dio la bienvenida, que él viera cómo sus caderas se sacudían
agradecidas.
Las largas noches de invierno en los meses por venir oirían
sus gemidos con mucha frecuencia.
Su marido no debía preocuparse
de ella no recibiera suficiente verga.
José y él se ocuparían
de eso.

Más tarde dejarían
la cueva de nieve y se irían a la cabaña.
Ninguna partida
de rescate podría organizarse antes de que se calmara la tormenta.
Con la nieve barriendo los caminos no habría ninguna huella que
seguir, ninguna señal de que ellos estuvieran vivos o muertos.
Se
asumiría que estarían enterrados en la nieve o que los lobos
los hubieran agarrado.

Hacia mediodía iniciaron
su trayecto.
El viento ya había disminuido pero era lo suficientemente
fuerte aún para borrar sus huellas.
Carrie se sentía a gusto
caminando entre ellos, las amplias espaldas de Víctor la cubrían
del viento y las manos de José la ayudaban frecuentemente a evitar
que se cayera, a ella le agradaba que siempre la sujetaba por el culo.
A la luz del día los restos de la tormenta no parecían tan
amenazadores.
Aún el frío intenso era más manejable,
especialmente cuando recordaba la noche pasada y sus mejillas se llenaban
de rubor.
Ella se alegró cuando los dos hombres no vieron la señal
del camino al pueblo y tomaron otra dirección.
Con suerte tendrían
que pasar otra noche en otra cueva de nieve.
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